Me dijiste que la noche no caería en este banco
de la avenida. Caerá en la acera de enfrente,
susurraste, cuando recogías tu chivilla y te marchabas
por el camino del parque. Yo no supe si creerte,
pero terminé poniendo mi fe en tu palabra.
No me moví de mi sitio. Esperé paciente,
como también esperaba el prodigio la luz del sol
reflejada en la piedra. Pasaron veinte, treinta personas.
Hasta que la tarde giró sobre sus talones.
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