Se celebra hoy, en el solsticio de verano, el nacimiento de Juan Juan Bautista, que anuncia, a los seis meses, con el solsticio de invierno, el nacimiento de Jesús.
Juan Bautista ha sido y sigue siendo (con María de Nazaret) el testigo privilegiado de Jesús, como aparece en los ábsides de las iglesias medievales. Sin pasar por el huracán de fuego que es Juan resulta difícil acoger la brisa de Jesús.
Por eso quiero ofrece hoy un compendio de su mensaje y de su vida. Buen día a todos, esta noche de San Juan.
El retrato de Flavio Josefo. Un buen moralista
Juan murió asesinado por el poder oficial, como morirá Jesús al poco tiempo (y otros como Teudas, unos años más tarde). Esto lo sabe incluso Flavio Josefo, que nos ofrece un retrato muy significativo del Bautista:
Juan, de sobrenombre Bautista? era un hombre bueno que recomendaba? a los judíos que practicaran las virtudes y se comportaran justamente en las relaciones entre ellos y piadosamente con Dios y que, cumplidas esas condicione, acudieran a bautizarse?, dando por sentado que su alma estaba ya purificada de antemano con la práctica de la justicia. Y como el resto de las gentes se unieran a él? por temor a? algún levantamiento popular, optó por matarlo, anticipándose así a la posibilidad de que se produjera una rebelión? Entonces, Juan, tras su traslado a la fortaleza de Maqueronte, fue matado en ella (Ant XVIII, 116-119).
Josefo, el gran historiador judío, ha presentado a Juan como un moralista, en la línea de los estoicos y cínicos, un predicador de la virtud (hay que cumplir la ley y contentarse cada uno con lo suyo) y en esa línea le presenta, de manera convergente, el evangelio de Lucas (cf. Lc 3, 10-14).
Lucas condensa la enseñanza de Juan en tres proposiciones.
(1) Doctrina universal: «El que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene ninguna, y el que tenga comida que haga lo mismo». Es un mensaje moral y único, para todos los hombres, sean o no judíos.
(2) Doctrina para publicanos: «No exijáis nada fuera de lo fijado». Juan supone que hay un orden económico establecido (diatetagmenon) y pide a los gestores del sistema que sólo exijan (cobren) lo regulado.
(3) Doctrina para soldados. Juan acepta a los soldados al servicio del imperio, pero exige que cumplan tres exigencias. (a) Una es no hacer violencia: los soldados han de ser ministros de paz, no hacedores de guerra. (b) Otra es no hacer extorsión a nadie (mêde sykophantêsete). Los soldados no han de acusar a otros al servicio propio. (c) La última es contentarse la paga. El poder de las armas se ha asociado desde antiguo al robo y al enriquecimiento. Juan pide a los soldados que no lo utilicen para enriquecerse.
Pero así no se explica su condena, pues Herodes no habría querido ajusticiar a un simple moralista.
Visión de los sinópticos. La última oportunidad
Pues bien, a diferencia de Josefo (y en parte del mismo Lucas), Marcos y Mateo presentan a Juan como profeta del juicio (este mundo acaba) y de la llegada de un orden mesiánico nuevo (se abrirá el río, pasaremos al otro lado, a la tierra prometida). Esa profecía de Juan se hallaba cargada de consecuencias políticas (aunque en un sentido distinto al de Jesús) y por eso es normal que el rey Herodes decidiera ajusticiarle.
De manera significativa, Marcos y Mateo (Mc 6, 16-29; Mt 14, 1-12) han vinculado el mensaje escatológico de Juan con su condena del nuevo matrimonio de Antipas, rey de Galilea y Perea (que se había casado con la mujer de su hermano Felipe). Este dato es verosímil, como veremos luego. Desde su propia situación de mensajero del juicio de Dios, Juan denunciaba los pecados y entre ellos destacaba la el matrimonio del rey. Pero la razón más honda del peligro de Juan era su mensaje de juicio, evocado ya en el apartado anterior:
Yo os bautizo en agua para conversión. Detrás de mí llega uno Más Fuerte que yo? Tiene el hacha levantada sobre la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Él os bautizará en Espíritu Santo y Fuego. Lleva en su mano el bieldo y limpiará su era: y reunirá su trigo en el granero; pero quemará la paja en fuego que jamás se apaga (Mt 3, 9-12; cf. Lc 3, 3-9).
Con su gesto (bautismo) y su mensaje (juicio destructor), Juan eleva su amenaza, anunciando la acción destructora de Dios, que viene como Hacha cortante (derriba los árboles sin fruto), Huracán poderoso (que limpia la era) y Fuego que destruye (la madera cortada, la paja). Ciertamente, llegará el tiempo nuevo de la salvación (con la tierra prometida), pero antes está el juicio y destrucción de todo lo perverso. El mismo anuncio del juicio y la espera del nuevo bautismo abre un tiempo de conversión para los arrepentidos que quieren superar la ira que se acerca, cruzando el umbral de la muerte (simbolizada por el fuego y huracán) para entrar en la Tierra Prometida, como antaño Josué (cf. Jos 1-3).
El Bautista abre así un resquicio (un tiempo de respiro), un espacio rescatado a la muerte venidera, colocando allí al Más Fuerte que bautiza en Espíritu Santo, realizando la purificación definitiva, que implica destrucción de todo lo perverso (incluido el sistema político de Herodes). Juan se encuentra todavía al otro lado, en el espacio de los saltamontes y la miel silvestre; un margen estrecho, al borde del desierto, junto al río de la conversión.
Pero ese espacio reducido debe abrirse a la llegada del Más Fuerte, que, tras la destrucción anterior del hacha, del viendo y del fuego, recogerá el trigo en la era, abriendo así un tiempo de pan, de justicia y banquete para los salvados. Eso significa que el grueso del mundo camina a la ruina, con su templo y sus sacerdotes, con sus reyes y gobernantes. En el mundo nuevo del buen trigo que ha de venir no habrá lugar para el Rey Herodes (que evidentemente ha de sentirse amenazado).
Ésta es la última oportunidad, el paso final del río, tras el juicio/destrucción de esta humanidad concreta (vinculada al rey Herodes y a los sacerdotes del templo). Con esa certeza, se ha elevado Juan como profeta del fin de los tiempos, pregonero de la ira de Dios, en las riberas del Jordán, vestido de piel de camello (como Elías) y comiendo alimentos silvestres (Mc 1, 6), para condenar de esa manea la cultura dominante de los que se visten y alimentan según los principios de este mundo injusto. Es normal que Herodes Antipas haya tenido miedo de un levantamiento popular, vinculado a ese mensaje, encarcelando y matando a Juan, para impedirlo.
Juan ha elevado su amenaza contra la vieja cultura sacral del templo de Jerusalén y contra la cultura política de Herodes Antipas, ladrón de la mujer de su hermano y causante de la pobreza y el hambre de gran parte del campesinado galileo. Sólo con (tras) esta destrucción del orden sacral y político reinante podrá venir el Más Fuerte, iniciando su camino tras el juicio, al otro lado del Jordán, en la tierra prometida. Juan no se presenta a sí mismo como Mesías, pero anuncia la llegada de una figura mesiánica.
Reacción del poder. Herodes Antipas: Otro problema sexual
Juan eleva, por tanto, su amenaza contra esta vieja cultura, y con ello suscita la reacción de Herodes, que le condena a muerte. Él no podrá decir lo que vendrá después (el nuevo día, tras el juicio), pues eso lo decidirá al Más Fuerte, pero está convencido de que su día está llegando. Herodes Antipas le ha entendido bien al condenarle a muerte, como peligroso, contrario a su política de pactos y opresiones. Desde ese fondo ha de entenderse la "historia ejemplar" de la condena y muerte del Bautista:
Herodes (Antipas) había enviado a prender a Juan? porque le decía: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Por eso, Herodías lo acechaba y deseaba matarlo; pero no podía, porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía? Llegó el día oportuno cuando Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, daba una cena a sus príncipes y tribunos y a los altos dignatarios de Galilea. Entró la hija de Herodías y danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa. El rey entonces dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Y le juró: «Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino». Saliendo ella, dijo a su madre: «¿Qué pediré?» Y esta le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista»? Enseguida, el rey, enviando a uno de la guardia, mandó que trajeran la cabeza de Juan. El guarda fue y lo decapitó en la cárcel, trajo su cabeza en un plato y la dio a la muchacha, y la muchacha la dio a su madre. Cuando oyeron esto sus discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro (Mc 6, 17-29).
Los detalles del relato han sido creados por la tradición, en un tiempo relativamente antiguo, cuando aún reinaba Antipas (destronado el 39 dC), utilizando elementos de la historia bíblica de Ester, donde, en medio del banquete, el Gran Rey promete a su nueva favorita todo lo que pida, «incluso la mitad de mi reino» (Est 5, 3.6; 7, 2). Sea cual fuere el trasfondo histórico del texto, es evidente que Herodes mandó matar a Juan porque tuvo miedo de su mensaje. De un modo semejante, Pilato mandará matar a Jesús.
Juan había anunciado la llegada del juicio de Dios, vinculado a la llegada del Más Fuerte, con el paso de Jordán y la entrada en la tierra prometida; Herodes tuvo miedo de la repercusión social de su mensaje y le mandó matar. Avanzando en esa línea de Juan, Jesús de Nazaret anunciará y preparará la llegada del Reino de Dios, suponiendo de algún modo que ya se ha cumplido el juicio del Bautista. Por eso empezará a curar a los enfermos, a convocar a los excluidos, a ofrecer la esperanza a los más pobres, elevando de esa forma una protesta aún más radical contra los sacerdotes y reyes de la tierra; será también lógico que le maten.
Juan era profeta de justicia y muerte, al otro lado del Jordán y así aparecía como peligroso para Herodes. Pues bien, en un momento dado, Jesús pensó que la muerte/juicio que anunciaba Juan ya se había cumplido (de otro modo) y por eso, pasando el río (en la misma tierra prometida), vino a presentarse como promotor de una mutación humana, esto es, de un nuevo nacimiento: El Reino de Dios no se iniciará después que este mundo haya acabado (tras el juicio del juicio), sino que empieza ya, aquí mismo, dentro de este mundo viejo.
De Juan a Jesús
Aquí se sitúa la novedad de Jesús, que el evangelio de Marcos ha llamado certeramente misterio del reino (Mc 4, 11). No tenemos que esperar para después, no tenemos que aguardar, dejando que primero actúe Dios, de una manera externa, apocalíptica (alguien diría mítica), matando con su guillotina (el hacha de Mt 3, 10 y Lc 3, 9) a los perversos. Misteriosamente (¡gratuitamente!), Dios quiere iniciar su Reino aquí, dentro del mismo mundo viejo, ofreciendo palabra y curación a los expulsados y oprimidos de la tierra.
? Juan. Externamente hablando, parece que su mensaje era más fácil: él no debía construir el Reino, sino que se mantenía a la espera, haciendo penitencia y reuniendo junto al agua de su bautismo a los voluntarios para el "día después", tras el fuego de Dios. Su proyecto era grandioso, pero parecía marcado todavía por la ira (Lc 3, 7), centrada en la destrucción apocalíptica de los perversos.
? Jesús, en cambio, inicia el tiempo del Reino, aquí y ahora, en medio de este mundo "condenado", descubriendo que hay algo más intenso que la ira: El perdón-amor de Dios, que él mismo ha venido a expresar con su palabra y curaciones. Ésta es su novedad (Mc 1, 14-15). «La ley y los profetas llegaron hasta Juan»; después, completado ese camino, de una forma gratuita, misteriosa, se inicia con Jesús el Reino de Dios, aquí y ahora, en este mismo mundo, como curación de los enfermos y buena nueva para los pobres (cf. Lc 16, 16; Mt 11, 2-4).
Esto no significa que el mensaje de Juan fuera mentiroso y el de Jesús verdadero, sino que ambos pueden situarse, uno junto al otro, como testimonios de profecía escatológica. De todas formas, desde una perspectiva cristiana (¡sólo desde una perspectiva cristiana!), se podrá decir que el camino de Juan, siendo verdadero, vino a culminar y cumplirse en Jesús. En ese contexto, Jesús ha podido añadir que «entre los nacidos de mujer, no hay ninguno mayor que Juan. Sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él» (cf. Lc 7, 28; Mt 1, 11).
Éste mundo viejo, tomado en sí mismo, no tiene remedio. Por eso, Juan Bautista tenía razón cuando anunciaba el gran terror de la ira de Dios, con el hacha/guillotina que destruye a los perversos; de esa manera, él representaba la justicia del talión, propia del Dios actúa de manera poderosa, superando de esa forma el mal del mundo.
Pues bien, precisamente ahí ha descubierto Jesús su novedad, después del bautismo, allí donde escucha la voz de Dios que la llama "hijo": El juicio de Dios se ha cumplido (se cumple) de otra forma: En vez del huracán, del hacha y del fuego de Dios llena su Palabra que le llama Hijo, ofreciéndole su encargo mesiánico (cf. Mc 1, 10-11).
Ésta es la novedad de Jesús cuando descubre y afirma que el "juicio" del Bautista se ha cumplido de otra forma: Dios no vendrá después de la destrucción del mundo viejo, sino que él está presente como Palabra de Reino en ese mismo mundo. No hace falta que el río se abra para pasar al otro lado, no hace falta que venga primero el gran fuego, pues Dios ya está actuando como Palabra de Reino entre la misma gente de Galilea.
Jesús se distingue así de Juan que sigue proclamando el juicio de Dios y bautizando al otro lado del Jordán hasta que llegue el juicio, que no llega, pues Antipas hace ajusticiar primero.
Jesús ha comprendido que el Reino se encuentra ya actuando en su misma tierra, entre los pobres de Galilea, y así decide anunciarlo (cf. Mc 1, 14-15), proclamando su misterio (cf. Mc 4, 11). Ésta es la revelación suprema del Dios mesiánico de Jesús, que Pablo ha sabido recoger y formular de manera clásica en Rom 1-3, afirmando que la ira de Dios (¡Juan!) se ha convertido en gracia y perdón para todos (judíos y griegos), empezando por los pecadores.