OPINIóN
Actualizado 14/06/2017
Redacción

Como cada jornada laboral, todas las mañanas comenzamos el día tras sonar el despertador. Me cuesta levantarme e intento apurar unos minutos más en la cama, pero el tic-tac no cesa; hay que levantarse. Los niños tienen que ir al cole y nosotros a trabajar. A las ocho estamos cada uno en nuestro lugar. Según avanzan los días, asoma el buen tiempo y parece que por fin llega el verano. En esta época del año, el ritmo de los días es diferente, los hábitos cambian y los días se alargan. Se van acercando las vacaciones de los niños y parece que rompemos un poco esa rutina diaria.

Llegada esta época, crece mi necesidad de acercarme al mar, no sé por qué, pero me hechiza: me genera paz solo oírlo, olerlo, sentirlo y contemplar sus olas, sentir la suave brisa del mar acariciar mi cara, produciendo emociones diversas y positivas que me transforman. Es curioso, pero está claro que mis vacaciones, aunque en el mejor de los casos sean de cinco días, tienen que tener mar.

Recuerdo una ocasión en la que mi hijo, con cinco años, jugaba con las olas. Sin darse cuenta se iba confiando metiéndose un poquito más en el mar, hasta que una ola, más grande de lo que él calculó, le introdujo bajo el agua. Yo estaba a su lado por lo que podía pasar y en un segundo le agarre del brazo y lo saqué fuera del agua. Él hoy recuerda aún esa experiencia. Quién no se acuerda de los grandes momentos que hemos pasado con nuestros hijos en la playa haciendo castillos de arena, agujeros en la tierra para luego meter parte de nuestro cuerpo y enterrarlo, saltar las olas, pasear descalzos al atardecer por la orilla,? Quién no tiene en su caja de la memoria las escapadas a diferentes puntos de la costa.

Últimamente la vida se ha acelerado más aún si cabe, y no soy el único que lo percibe. Tenemos que caminar un poco más despacio y disfrutar de lo que nos rodea, porque la vida es como un viaje por mar: hay días de calma y días de gran marejada. Por qué esperar a que pase la tormenta cuando podemos saltar y bailar bajo la lluvia. Yo, como el niño de cinco años, sigo soñando con olas gigantes que avanzan hacia mí, con intención de saltarlas.

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