OPINIóN
Actualizado 14/06/2017
Miguel Mayoral

Las elecciones generales de España de 1977 se celebraron el miércoles 15 de junio para elegir a los miembros que iban a constituir las Cortes, el Congreso de los Diputados y el Senado. Fueron unos comicios de carácter histórico, ya que constituyeron las

Las elecciones fueron convocadas por el presidente Suárez a través del Real Decreto 20/1977, de 18 de marzo, con el objetivo de que se constituyeran unas Cortes Constituyentes que legislaran una nueva constitución y con ello completar la reforma del antiguo sistema franquista que había regido la instituciones desde 1939. Las Cortes resultantes de estos comicios son las que redactaron poco después la Constitución de 1978.

Los resultados de las elecciones marcaron una tendencia de signo moderado, ya que los votantes apostaron mayoritaria y claramente por partidos de centroderecha y centroizquierda. El presidente del gobierno, Adolfo Suárez, nombrado el 3 de julio de 1976 por el rey para conducir la reforma política, desde el poder organizó una plataforma de «centro democrático», con la cual agruparse junto una serie de partidos en la luego denominada Unión de Centro Democrático. Esta coalición electoral, que concentró a un gran número de pequeños y medianos partidos centristas o liberales, resultó la ganadora de las elecciones y se quedó a unos escaños de la mayoría absoluta.

En estos días que conmemoramos las primeras elecciones de la democracia, nos es grato recordar historias de la historia, hasta cierto punto reciente, en que los españoles catalanes en este caso fueron protagonistas. La lucha contra la invasión francesa no fue patrimonio del ejército, ni siquiera fue esta institución la que lideró en los primeros momentos la insurrección. Fue el pueblo español el que señaló a los militares el camino del deber.

En términos generales, la mayor parte de la ciudadanía y, en particular, la catalana, imbuida de un patriotismo fuera de toda duda y de una perseverancia sin igual, no quería ni entendía que debiera transigir con el enemigo y, por ello, abogó desde el principio por una guerra total en la que ni daba ni pedía clemencia, tan sólo deseaba acabar cuanto antes con la dominación francesa y recobrar su vida anterior a la guerra. El único Ejército regular, que no fue disuelto y reconstituido, que combatió en la Guerra de la Independencia contra los franceses fue el de Cataluña, sostenido por el pueblo catalán. Ejemplos serán los sitios de sus capitales de provincia, entre los que destaca el de Gerona, Tarragona, Lérida, la elaboración en Cádiz de la Constitución de 1812 por una mayoría de diputados catalanes, y un apoyo feroz a su Rey Fernando VII, luego al carlismo con Isabel II. Más tarde el Ejército de Cataluña y sus ciudadanos darían páginas de gloria en las primeras guerras de Africa, las de Cuba y más tarde en Filipinas, con la Legión nuevamente en Africa y en Rusia con la División Azul.

Los militares vieron con recelo el ardor "incontrolado" de este pueblo en armas, y trataron de no perder la iniciativa, pues conocedores de las miserias inherentes a todo conflicto, abogaron por mantener y respetar en la medida de lo posible las normas humanitarias y caballerosidad entre los contendientes a fin de minimizar el sufrimiento de las poblaciones y las tropas. Pero en España hablar de racionalidad en un guerra de unas características tan particulares fue la excepción. La Guerra de la Independencia fue una guerra total, como queda patente al analizar el fenómeno de la "guerrilla" y la defensa extrema de muchas poblaciones de nuestro país. Los excesos cometidos por uno y otro bando dieron pie a una guerra sin cuartel en la que la caballerosidad fue la excepción a la regla. La diferencia entre población civil y combatientes fue imposible. En cualquier lugar los franceses veían aparecer al enemigo, y cuando la lucha llegaba a las ciudades, toda la ciudadanía se convertía en combatiente automáticamente sin más consideraciones.

En estas circunstancias extremas, la mayoría de los españoles lucharon ferozmente contra el invasor y especialmente los catalanes, que sentían y tenían una especial y siempre tradicional inquina contra sus vecinos del norte. Sorprende que el Ejército de Cataluña, el más expuesto por su proximidad a Francia, fuera el único Ejército español que continuara operativo durante toda la guerra, una hazaña que sólo puede ser entendida si consideramos que el pueblo catalán luchó con tesón por su Rey Fernando VII, sus creencias religiosas, y que apoyó de forma mayoritaria a su Ejército.

Los tiempos cambian, la historia la escriben los historiadores, a veces a la carta del politicucho que paga, pero los hechos de sus protagonistas no cambian y la verdad tampoco. Es lo que hay, y es lo que fue. Así las cosas podríamos quedarnos embobados como gaznápiros viendo lo que pasa día tras día, y la falta de actuación de los que nos representan para ver si el desbarajuste catalán actual acaba en una paparrucha, que no es una fruta tropical. También podríamos desarrollar teorías conspiranoicas para ver si esta financiada por una potencia extranjera o extraterrestre para desestabilizar al país...

Pero nos atrevemos a pensar que el separatismo y la sedición, están donde están, consentidos por la indolencia y pasividad de los distintos gobiernos, de la clase política nacional que se ha perpetuado a base de pactos, en ocasiones infames, la complicidad mediática masiva regional, y la de tantos moderados que no han querido dar la cara. Hoy asistimos a la apatía de una burguesía catalana, secundada por una gran parte de la población que no se significan a favor de la unidad de España. Mientras una minoría política de extraterrestres con barretina intentan lavar su mala conciencia, como algunos sus bolsillos y otros figurar, mientras continúan instalados en el desprecio por todo y por todos. En su peligrosa ignorancia, inculta y grosera intentarán comunicarse con el espacio extraterrestre el 1 de octubre, el tan recordado como olvidado día del Caudillo.

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