En un rincón próximo a la puerta del vestíbulo los embajadores de Kuwait departían con Kevin Warwick, el investigador británico de la Universidad de Reading que en 1998 se implantó en el antebrazo un chip para experimentar una forma nueva de comunicarse con los ordenadores y que se encontraba en Washington para participar en un seminario científico de alto nivel. Junto a ellos, un alto cargo de la NASA ?el ingeniero jefe del programa de la ISS, la Estación Espacial Internacional?, y el vicepresidente de la Universidad Howard, acompañados de sus esposas.
El tema de conversación estaba experimentando un drástico giro. El doctor Warwick había comentado que en su país también se detecta un interés creciente de los varones por el cuidado de los bebés, algo que hasta hace poco tiempo estaba en manos casi exclusivamente de las mujeres. La esposa del representante de la Universidad aplicó el tema a su experiencia con sus dos nietos.
?Aunque reconozco que mi marido ha sido un padre atento y ha echado de vez en cuando una mano en la reparación de las chapuzas domésticas, nunca se esforzó mucho por atender directamente a los niños, bañarlos, darles el biberón y esas cosas. En cambio, mi yerno lo ha tomado con verdadera afición. Se ha convertido en un auténtico experto en cambiar pañales.
El científico de la NASA compartió la sonrisa del resto de los contertulios y aprovechó para llevar el asunto a su terreno.
?Cuando se habla de lo que la investigación espacial aporta a la vida cotidiana casi todo el mundo piensa en las telecomunicaciones, pero muy poca gente sabe que los pañales desechables se deben a los primeros viajes tripulados. Y como eso, a lo largo de los años, los trajes ignífugos de los bomberos, las pilas eléctricas más pequeñas y hasta las raquetas de tenis fabricadas con grafito. Ahora, para mí, lo más original continúa siendo el perfume del espacio.
?No me diga que la NASA también investiga sobre perfumes ?inquirió la esposa del vicepresidente universitario.
?Pues sí. Hace cuatro o cinco años, creo que a finales de 1998, se enviaron al espacio dos capullos de rosa en una cámara sellada de la lanzadera STS-95 para comprobar si la falta de gravedad tenía algún efecto sobre ellos. Y se vio que el perfume resultante después de los diez días de viaje era más puro y delicado que el de las flores que crecen en tierra.
(El anzuelo de Bagdad. José Javier Muñoz. Ed. Verbum. Madrid 2005)