OPINIóN
Actualizado 10/06/2017
Tomás González Blázquez

No seré el único al que le pase pero siempre tengo un cajón por salvar de un atasco, una estantería por reordenar o unas carpetas por revisar. Mi mujer y mi madre lo denominan síndrome de Diógenes con rictus de hartazgo, no sé si mi hija compartirá diagnóstico cuando yo sea anciano? pero yo lo llamo tradición. En una de estas sempiternas e inacabables campañas de envío a contenedor azul/punto limpio o almacenamiento alternativo en trastero/panera ha sido condenado a lo segundo mi flexo de toda la vida, inquilino de al menos tres mesas de escritorio en cuatro viviendas distintas. Fue vecino de Salamanca, luego de Zamora, y después regresó a sus orígenes. Hizo buenas migas con enchufes diversos y se ve que no atosigaba a las bombillas, porque le duraban bastante pese a largas sesiones de lectura, escritura y estudio.

Sólo él puede haber contado las veces que repasaba aquellos calendarios de la Liga que editaba Don Balón, y que yo iba rellenando puntualmente cada jornada con los resultados y marcando tres cuadritos, uno o ninguno en el casillero de cada equipo, según su rendimiento ese domingo. Eran los cuentos de la lechera para que la Unión se salvara del descenso o aspirara a subir, páginas adelante, páginas atrás: ¿ganaremos los tres próximos en casa?, ¿empataremos al menos en Pamplona?, ¿pinchará Las Palmas en Logroño?...

Sólo él conoce, y guardará en secreto, los párrafos espontáneos de un diario de días sin nombre. Igual que hará con las frases derramadas en cartas de amor en viaje de ida hasta un abril por venir. O con los versículos a cuatro manos de un apocalipsis inconcluso. O con las botellas de náufrago que, a falta de mar, tuvieron una fuente donde descansar. O con esos temarios abundantes y desbordantes que se interponen entre el estudiante de Medicina y el médico. O con esos apuntes cofradieros que separan la hermosa utopía de la cruda realidad, aunque peor sería dejar de soñar?

Sólo él comprende que bajo su luz he sido capaz de poner mi pequeño mundo y que fuera de sus límites, allá en las sombras, me sentía más torpe e inseguro. Por eso sabe que volveré, algún día, a reservar para él la esquina de un escritorio, le conectaré a la red, apretaré con decisión su interruptor y recordaremos viejos tiempos siempre nuevos.

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