Hace unos días, un miércoles de tarde llegamos a Terceira. A una de las nueve islas azules situadas a 2000 kilómetros de Madrid y 2400 del St.John`s Canadiense. Aterrizamos en un barco varado en medio del océano. Verde, azul y portugués. Luminoso, auténtico, casi sin wifi, sin la una, la dos y así hasta la trece, sin el País, el Mundo o el ABC. Lo mejor: ¡sin Rajoy y la Santa Compaña! En fin, sin citas médicas, cuidados paliativos, pruebas o rayos mortíferos. El paraíso terrenal, en suma. Ganas daban de quedarse y no volver. Sí, llegamos al "octavo continente", el de las islas Azuis descubiertas por algún valeroso marinero portugués allá por 1420. Islas deshabitadas refugio de aves desconocidas y flora de la época del Terciario, de líquenes, helechos y licopodios. Un manto de verdor recubriendo volcanes apenas extintos y ríos de lava negra que desembocan en las profundidades del inmenso mar. Unas aguas pobladas de pargos, atunes, chernes, congrios, lulas, jureles, caballas y garoupas. También de ballenas azules, francas, comunes, cachalotes, orcas y delfines?. Si les gusta la naturaleza háganse una escapada. Si les gusta la noche, las discotecas y el bullicio, mejor no. Si les gusta lo genuino, lo no contaminado por el turismo, sin duda, vengan a este Portugal profundo celosamente conservado. En especial, les recomiendo visitar la capital, Angra do Heroísmo. Impoluta, de calles empinadas, iglesias coloniales, alguna casona con escudo heráldico y sencillas casas enjalbegadas, con sus puerta y ventanas resaltadas en azul, verde, amarillo o rojo. Una isla parecida al Hierro en lo referente a la ausencia de candados e indigentes, segura y, sobre todo, amable. Me acordé de Simone Weil contemplando, en una aldea ribereña, una procesión implorando la sabiduría del Santo Espíritu. Una banda de música desafinando, vestidos ellos y ellas con ajados trajes oscuros y negras corbatas ladeadas, unas decenas de pescadores con sus mujeres e hijos siguiendo el cortejo, serios. Un niño tocado de una corona plateada sostenida por su madre o su hermana. La corona del Espíritu al que se implora su curación (así nos dijeron). Simone presenció, allá por los años treinta, algo similar cerca de Porto y cuenta que, en aquel momento, tuvo una fulgurante intuición: el cristianismo, en sus orígenes, fue la religión de los esclavos. Me emocioné viendo aquello y recordando a Weil. El cristianismo, hace siglos, ha dejado de ser la "religión de los esclavos" para serlo de príncipes y gentes acomodadas. Al día siguiente tendría lugar en Madrid la elección del nuevo Secretario General del PSOE. Pensé en tal acontecimiento y convine, al igual que con aquellos, como el socialismo de una Rosa de Luxemburgo se había diluido en un partido de barones y consejeros de multinacionales. Los tiempos son distintos. Sin embargo, las demandas sociales siguen siendo las mismas, entonces y ahora. Dicen que, lo de ser de izquierdas o derechas es agua pasada. Qué lo suyo es ser de centro. Falso. El centro no existe ni en las matemáticas, cuanto más en las ciencias sociales. En los tiempos de Franco, allá por los sesenta, cuando ya no molaba ser falangista, las "buenas gentes" se presentaban como "apolíticos". Hoy pasa algo similar, cuando ya no mola confesar - "mire Vd. yo soy de derechas o ¿sabe Vd.? yo soy de izquierdas"- esas "buenas gentes" se dicen de centro. Pero dejemos de lado la política, dejemos de lado a tantas personas que elevan, a veces me incluyo entre ellas, a la categoría de la virtuosa sensatez sus pequeños miedos y egoísmos. Volvamos a la isla violeta. Pues bien, el último día comimos en un sencillo restaurante unas deliciosas especialidades lugareñas: cracas y alcatrá de peixe. Uno de los camareros nos dijo al despedirnos: "Todos los años me hago una escapada al continente y siempre vuelvo a este paraíso".