OPINIóN
Actualizado 02/06/2017
Juan Robles

Preparación intelectual, que facilita los títulos que dan fe de la capacidad para trabajar, aunque no ofrezcan la oportunidad del trabajo mismo

Los cursos de trabajo y, sobre todo, los cursos académicos, que suelen llevarse a cabo entre septiembre y junio, marcan el ritmo de casi toda la actividad de los hombres de nuestro mundo y de nuestra cultura occidental. Incluso el trabajo ordinario suele estar interrumpido por más o menos un mes de vacaciones, vacaciones que suelen coincidir con los meses de julio o agosto.

Cuando está próximo a terminar el curso, al menos el curso académico, se llevan a cabo toda una serie de actividades con las que se pretende significar que el curso llega al final y que interrumpimos nuestro trabajo por un tiempo para que nuestra vida sea renovada por el descanso merecido, o por lo menos por la interrupción y cambio de actividades.

Nos encontramos, como signo de que ese final de curso está a punto de terminar, con multitud de ceremonias o festejos de entrega de los símbolos de graduación, en cualquiera de los niveles académicos de que se trate, desde los que corresponden a los alumnos más pequeños, hasta los que se gradúan en los más altos peldaños de la preparación intelectual, que facilita los títulos que dan fe de la capacidad para trabajar, aunque no aporten la oportunidad del trabajo mismo.

Igualmente asistimos a multitud de conciertos de grupos mayores: orquesta, banda, coro musical, o presentación de pequeños grupos de cámara de los diferentes instrumentos musicales, sea en el ámbito de nuestro magnífico contenedor de espectáculos culturales: el Centro de las Artes Escénicas y de la Música, o en el amable marco del patio de nuestro atractivo casino de Salamanca. En uno y otro caso con alumnos procedentes del Conservatorio Profesional de Música de Salamanca. Una especie de examen público que manifieste ante las gentes de nuestra ciudad la capacitación adquirida en las disciplinas propias del curso que termina.

El ámbito universitario se encuentra en estos días recluido para la preparación última de los exámenes finales del curso que termina. Reflejo que se observa, sobre todo, en las manifestaciones callejeras, especialmente en las noches de los fines de semana.

Similares prácticas expresivas del final del curso se manifiestan en el mundo eclesial y religioso, como es el caso de la celebración de las primeras comuniones o de la recepción del sacramento de la confirmación en los grupos que llevan uno o dos cursos de preparación para este paso a la condición de madurez propia de los adultos, que ha realizado el proceso de la iniciación cristiana.

Es verdad que aún nos quedan algunas celebraciones o fiestas más significativas del calendario litúrgico, como es el caso de la fiesta de Pentecostés, culminación del periodo solemne de la Pascua. Y luego la fiesta del Corpus, y de la Santísima Trinidad. Así, sólo después llegaremos al término del proceso litúrgico en su fase más solemne, que nos lleva desde el inicio de la Cuaresma hasta la terminación de la Pascua.

Viene después el llamado "tiempo ordinario", que supone una cierta relajación espiritual celebrativa, en algún sentido similar al tiempo de descanso vacacional en el resto de las áreas de nuestra vida. La verdad es que serían unas vacaciones demasiado largas, ya que abarcan hasta los fines de noviembre, en que la fiesta de Cristo Rey señala el final del Año Litúrgico y da paso a la entrada del nuevo curso cristiano con el comienzo del Adviento, que nos prepara para el tiempo fuerte de la Navidad.

"En tiempos de melones, pocos sermones", pontificaban antaño con cierto gracejo, pero con un sentido práctico y realista, nuestros hermanos sacerdotes mayores. También el mundo pastoral y religioso necesita su relajación de vacaciones de verano, imprescindibles cuando el calor nos golpea de modo inmisericorde, y nos obliga a permanecer en nuestras casas o a buscar refugios de descanso en la playa, la montaña, o lugares templados que nos muestran sus bellezas ornamentales o las de su tesoro patrimonial artístico.

Se perciben ya, pues, los sones del fin de curso, y será bueno sumarse a esas músicas agradables que nos reconforten, nos relajen y nos ayuden a recuperar las fuerzas que nos serán bien necesarias al comenzar el nuevo curso que nos espera.

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