Últimamente caen como chinches los ciclistas en la carretera. Y perdóneseme lo brutal de la expresión, porque más bestiales son aún los automovilistas que se los llevan por delante.
Hasta ahora, matar a alguien con un volante en las manos no suele conllevar mayores quebrantos a los homicidas: en general, la pérdida de puntos en el carnet de conducir o, si acaso, la imposibilidad de guiar un coche durante algún tiempo.
Tal parece como si llevar un vehículo fuese uno de esos derechos fundamentales del ser humano que ahora tanto se estilan: cualquier cosa resulta ser un derecho inalienable y nada parece exigir la correspondiente contraprestación de deber u obligación alguna.
Dicho eso, y tal como se conduce en la carretera, aún me parece que hay menos accidentes de tráfico de los que debiera, como si un ángel protector velase para que las posibles víctimas escapen milagrosamente de tantos irresponsables, insensatos o simples criminales que circulan por nuestros caminos, ya sea drogados, distraídos, haciendo simultáneamente otra cosa o conduciendo a velocidades de vértigo.
No entiendo, pues, la benignidad de nuestras leyes de tráfico.
Matar a un ser humano es lo más grave que puede hacer otra persona. Y, sin llegar a ello, poner en riesgo su vida debido a una conducta culposa también es gravísimo. ¿Por qué, pues, quienes hayan incurrido en esos comportamientos pueden volver a conducir aunque sea años más tarde?
Quien no esté capacitado para conducir no puede hacerlo. Así de simple. El poder guiar un vehículo no es ningún derecho humano, a diferencia de la vida, la educación, la salud y poco más.
Así que la sanción para homicidas y similares al volante debería ser, a parte de otras penas, por supuesto, la prohibición de conducir de por vida. Pueden desplazarse en el futuro en autobús, en avión, en tren, en burro (que sería lo suyo) y hasta en un coche conducido por otro. Pero nunca al volante de un vehículo. Lo mismo que nadie tenemos el derecho a exponer en el Museo del Prado, tampoco a poner en peligro la vida de los demás con un vehículo en las manos.