Efectivamente, constato el subtítulo cada día en mi residencia de mayores; el que pierde su memoria ya no sabe quién es y ni cuál es su historia. No tiene ya biografía. Vive, pero sin vida personalizada. Homero, sabio consejero para la vida, lo recuerda en un relato dramático.
Por ese atrevido y complicado flash black que Homero realiza en su obra, es en el Canto IX, donde se encuentra el relato que Odiseo hace en la corte de Alcinoo, rey de los feacios, de su aventura en el país de los lotófagos: ?nos vimos arrastrados por fuertes vientos durante nueve días sobre el ponto abundante en peces, y al décimo arribamos a la tierra de los Lotófagos, los que comen flores de loto como alimento. Es su segundo avatar. El problema surgió porque algunos compañeros de Odiseo, al desembarcar para hacer una primera inspección, comieron imprudentemente flores de loto y? perdieron la memoria, efecto de la planta que Odiseo sospechaba y sus compañeros desconocían. Y sin memoria, sin saber quiénes eran, de dónde venían y hacia dónde navegaban, ya no querían volver al barco, olvidando su camino y su destino. Odiseo tuvo que llevarlos a la fuerza hasta el barco y se alejaron de aquellas tierras lo antes que pudieron.
En el mundo griego la flor de loto ?por cierto, muy presente en tramos del Yeltes y del Huebra- era usada como tranquilizante, quizás de ahí le vino al autor la idea de añadirle ese efecto de amnesia total. En todo oriente, por influencia del budismo, la flor de loto es símbolo de pureza corporal y espiritual y se usa en casi todos los espacios de la vida, desde la cocina al perfume o a la ornamentación.
Aquí, en la propuesta de Homero para los "caminantes", la flor de loto es símbolo de todo lo que aturde hasta el punto de barrer la memoria del individuo y borrar de dónde viene y adónde va. El relato previene del alegre desembarco en cualquier orilla de cualquier mar, sea en el mundo del pensamiento, del afecto, de la creencia o de la experiencia personal. El primer impulso es unir esta aventura de los imprudentes compañeros de Odiseo a la atracción que hoy ejercen los productos "estupefacientes" (lo entrecomillo porque literalmente significaría "lo que te hace estúpido", que no es nada baladí), sean opiáceos, como la morfina, u opioides, como la heroína. Y efectivamente, el efecto de estas sustancias es capaz de romper la estructura de la persona, quitarle su identidad y la percepción de sí mismo. Queda sin pasado y sin futuro. Es nadie. Avisados quedamos.
Pero el aviso de Homero va más allá de hierbas y sintéticos, sin despreciar la descomposición de la persona que estos arrastran en la mayoría de los casos si hay reincidencia. En la flor de loto del Canto IX está todo lo que destruye a la persona cuando le roba su pasado y le rompe su futuro. La sociedad de hoy tiene diseños que parecen especialmente pensados para producir esos efectos. Se lleva hacer tabla rasa de nuestro pasado, sólo existe el presente tan fugaz que obliga a experiencias extremas porque la ocasión pasa, no hay esquema ni trama ni líneas en el campo de juego de la vida y todo lo reinventa cada uno. Todo es volátil y gaseoso y no hay fundamento. Cada uno inventa su vida, que en él comienza y en él termina. Ni trascendencia ni orígenes ni más allá. Hoy y yo. Y punto. Y no hay Odiseo que me redima.
Por eso hay decisiones peligrosas, porque a primera sensación parecen ingenuas y hasta inofensivas pero que luego, a veces insensiblemente y a largo plazo, pasan facturas como una hipoteca infernal que te quieta el respiro de la vida. Cuando te das cuenta de la letra pequeña del engaño ya es demasiado tarde y estás arruinado. Puede sucederte cuando derrochas como un necio tu memoria y tu herencia: cuando pasas de familia y de matrimonio, cuando te duermes en buenas obras y olvidas la pasión y la misión, cuando prefieres a un perro antes que a un niño, cuando vives de sensaciones placenteras y no de sentido y de valores, cuando te emborrachas como los comedores de flores de loto consumiendo tus días dormido mientras tu barco está fondeado allá en la orilla de la vida y te espera? No es matiz despreciable el hecho de que probablemente las palabras letal y letargo describan lo que pasa si el olvido se te asienta y vengan del río Leteo, el río griego del olvido. El que bebía su agua no era ya nadie. Esto mismo se dijo desde antiguo del río Limia, en Orense. Y puede que haberlas, haylas?
Las flores de loto crecen profusamente en los verdes prados del mundo de hoy; ahí están como inofensivas flores de loto, la prisa y la carrera de la vida, la moda y la atracción de los récords de lo que sea, la insistencia en el bienestar y en el dinero? y el olvido de Dios, los intereses políticos que buscan arrancar raíces y adhesiones y colocar otros fundamentos, la abundancia de cosas para tener y contar que impiden otras miradas y otros intereses, el gusto por el momento y por lo que hay dejando de lado todo pasado y lo que sea será?.
Así, sin memoria, sin ese equipaje que somos y que recibimos? es imposible el camino y el futuro. Aunque no lo parezca, no somos nadie. Habrá que defenderse para ser; es decir, hacer ejercicios de recuperación de la memoria, levantar la vista por encima del carpe diem compuesto de fatales flores de loto y prever hasta lo invisible.
Son muchas, variadas y eficaces las artes con las que la sociedad de hoy atrapa al individuo y le hace olvidar su puerto, su mar y su destino. Hoy cuesta mucho ir a Ítaca (1), dejando de lado banquetes de dulces flores de loto. Caminante, es decir, odiseo, se hace camino al andar?
Lo sabía muy bien el palestino que escribió:
Aquí permaneceremos
vigilando la sombra del olivo
y de la higuera.
Porque aquí tenemos el pasado,
el presente
y el futuro.
Si dejamos la mesa y el pan,
perderemos el rostro
y nadie podrá reconocernos.
Si nos falta la memoria,
no podremos saber quiénes somos.
Lo firmamos y nos afirmamos en nuestra historia.
Caminantes somos y cargados de memoria vamos hacia Ítaca.
Al decir Ítaca digo Galilea o Jerusalén o el mundo entero o mi prójimo o yo mismo o mi historia o mi sentido o mi destino o mi porvenir o mi trabajo o mi vocación o mi familia o mi comunidad o mi misión o mi Gloria.