OPINIóN
Actualizado 26/05/2017
Tomás González Blázquez

Un año más, y ya van unos cuantos, ha habido licenciados en Medicina que se han quedado sin una plaza de Médico Interno Residente en la que iniciar su formación de posgrado hasta obtener el título de especialista. Esta vez 2.353 graduados a los que tocará aguardar la oportunidad dentro de doce meses o buscar empleos que no exijan la capacitación. Si nos lo pronostican sólo hace unos años, por ejemplo a los que escogimos la plaza en 2008, habríamos desconfiado del vaticinio. De otra profecía, escuchada al comenzar la carrera, la de que saldríamos del MIR con un contrato estable, digno y justo, muchos compañeros aún esperan su cumplimiento, a veces con el nivel de esperanza por debajo de lo deseable.

Lo peor les ha ocurrido a los médicos recién licenciados, que ven cómo se ofertan menos plazas MIR de las que corresponderían al número de aspirantes, que integran a los graduados en universidades españolas, públicas y privadas (no pocas), y a los que han cursado estudios fuera de nuestro país, tanto extranjeros como españoles (que últimamente son bastantes, dada la elevada nota de corte para acceder a primer curso). Una nuevo ejemplo de la España de tres velocidades: por un lado las facultades de Medicina evaluando cuántas plazas van a ofertar, luego las unidades docentes y hospitales planificando cuántos residentes necesitan/pueden/quieren/deben formar, y por último los servicios de salud de cada comunidad autónoma con su política de contratación, y dentro de ellos cada gerencia provincial o de zona con sus peculiares circunstancias. En diferentes planetas, los decanos y su conferencia, las sociedades científicas y los colegios de médicos, y los sindicatos y partidos: la Universidad, la Profesión, la Política. Ministerios de Sanidad y Educación, Conserjerías de Sanidad con su consejo interterritorial de dudosa eficacia, y Europa al fondo.

Soportar tamaña estructura, conciliar intereses y que todos cedan para sacar la empresa adelante no puede ser sencillo. Se entiende. Pero si damos por bueno que en varias especialidades faltan médicos (doy fe) y es un hecho ya repetido que médicos hay pero se está impidiendo su especialización, porque no hay cómo formarlos (léase "no se ha destinado dinero para hacerlo"), en algún momento de tan asincrónica danza habrá que parar la música. Y, entonces, decidir sobre el número de facultades de Medicina (exagerado), sobre los requisitos boloñeses para impartir clase en ellas (alejados de la condición asistencial del médico), sobre la prueba MIR (que es igual para toda España, algo increíblemente positivo tal y como está el patio), sobre las prioridades en el sistema sanitario (la Atención Primaria sigue infravalorada frente al "macro-hospitalitarismo", especialmente en las facultades), sobre dónde ajustar el gasto sanitario (¿de verdad ha de ser en médicos y enfermeras?)? Claro que sí, sobre la transferencia de la Sanidad y la Educación a las autonomías, que obstaculiza cualquier proyecto nacional que aspire a resultar medianamente acertado en la planificación de las necesidades de médicos a once o doce años vista, los que pasan desde que nos matriculamos en primero de Medicina hasta que podemos ejercer la especialidad. Una carrera de fondo no puede ser entrenada como un sprint entre políticos de provincias, ni como un salto a una piscina con agua pagada por otros, ni como un lanzamiento de promesa en un mitin electoral.

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