OPINIóN
Actualizado 24/05/2017
Manuel Alcántara

Hay muchas maneras de ser injusto, una de las más severas es la de enfatizar, en el seno de una celebración, las ausencias. Ello supone una afrenta a los presentes. Un agravio que desnivela la balanza dando más importancia al platillo en el que se sitúa la ingratitud, el desapego, la hiriente distancia. En frente, la lealtad o la responsabilidad y la coherencia que quedan minusvaloradas. Es muy probable que eso sea así por la naturaleza del ser humano que tiene en el rencor un poderoso motor. No lo sé. Pero el viejo cuento del párroco que reprochaba a los asiduos feligreses la inasistencia a misa de los restantes vecinos es un asunto conocido. Pasar lista es un ejercicio neurótico que reconforta en vano. Una tarea que se enmarca, además, en tradiciones diversas: desde las vinculadas al orden militar a las oprobiosas sobre las que se yergue la delación; desde las que construyen el proselitismo hasta las que son un mero ejercicio de verificación burocrática de quienes están.

No es solo un balance entre expectativas y realidades, ni un ajuste de cuentas entre el debe y el haber, se trata de algo más sutil. Desde siempre las personas se mueven entre ciertos imperativos ("no puedes faltar"), y la desidia ("no pasa nada si no voy porque nadie me va a extrañar"); aunque a veces la intención es manifiesta de no ser cómplice ("a estos no les bailo el agua"), o es un repudio expreso ("no tengo nada que ver"), o se refiere a un mal deseo ("que les parta un rayo"). Cualquier efeméride grupal siempre estará afectada por ese contexto. A las habituales dudas en tono al quehacer inmediato se suman las valoraciones de los otros. Los propósitos y las evaluaciones se enredan ¿Por qué entonces mortificarse con el recuento? ¿Es tan necesaria la reválida presencial de los demás? Por otra parte, el inefable idioma no contribuye a esclarecer la situación con aquel dicho famoso de que "ni están todos los que son, ni son todos los que están".

Como es habitual, las cosas son más complejas de lo que parecen. La mayoría puede pensar que en una determinada circunstancia no hay ausentes que valga, aunque una sola persona sea capaz de proclamar que falta alguien, una ausencia a su juicio clamorosa y sobre la que no se atreve a insistir, pues cuando en una ocasión lo hizo le dijeron que era un cenizo. Una anécdota menor que no por ello dejó de resultarle lacerante. Como ocurre al contrario cuando es el grupo el que se ve debilitado, sin que esté necesariamente en peligro, porque los que deberían seguir perteneciendo se distanciaron. Contar se vuelve un ejercicio onanista; no es únicamente que el listado no cuadre, es que no se sabe si faltan o sobran. Por eso, no hay que pasar lista, solo deben contarse las nubes que cruzan erráticamente el cielo enmarcado desde la ventana del cuarto hasta llegar a la docena, más no vale la pena.

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