Esto cantaban en al autobús, los de 9 años, en mayo (2017), un día de excursión, de una ciudad y un colegio de cuyos nombres no quiero acordarme, por eso, tan de moda, de no revelar la fuente. Y no es una excepción:
"Buenos días, mi sargento, me la suda el reglamento.
Si me bajo la bragueta, se me ve la metralleta.
Si me bajo el calzón, se me ve el gran cañón.
No me gustan las alubias, pero sí las tías rubias..."
Ya ven ustedes que lo que antes se cantaba en nuestro ejercito machista, lo aseguro porque aún me tocó hacer la mili, durante los últimos años del franquismo, lo cantan ahora nuestros alumnos de primaria. ¿Lo harán los de infantil la próxima década?
Cada poco me llegan, por mis estudiantes, hoy profesionales, este tipo de noticias.
Mientras la publicidad, las televisiones, internet, numerosos productos culturales y tantas formas de comercialización de la sexualidad dominan esta sociedad liberal de mercado, quienes deberían hablar guardan silencio. En la familia no se habla y no son pocos en los padres que se toman estas cosas como divertimento; la escuela, salvo excepciones, guarda silencio y los profesionales de la salud siguen lavándose las manos en todos estos asuntos.
Nosotros, entrada la adolescencia, cantábamos a gritos, entre otras muchas cosas, "Los hermanos pinzones eran unos "marineros"?." Eran los tiempos en los que, como dice Foucault, de sexualidad "se hablaba para hablar, para ocultar lo que se decía".
Tenemos muy claro que no queremos volver atrás, con Franco y su dictadura "nacional-católica", vivíamos mucho peor, eran años irrespirables en los temas referidos a la moral sexual.
Pero estamos muy lejos de la sociedad que soñamos, en lo social, en lo cultural y en la ética sexual y amorosa. Es verdad que el movimiento feminista ha gritado, luchado y conseguido muchas cosas. Incluso que en esta sociedad son noticia prioritaria en los telediarios las "mujeres asesinadas" por sus parejas; son noticias que, después de todo, mejoran la audiencia. Pero el discurso social predominante sobre la sexualidad ¿ha mejorado realmente?
No podemos justificar esta sociedad con discursos sobre el valor de la libertad y la democracia y su superioridad sobre las dictaduras de derecha o izquierda. La libertad y la democracia deberían ser precondiciones básicas, pero no son garantía de justicia y de buen uso de la libertad. Son más bien los valores con los que la sociedad ultraliberal de mercado justifica "el contrato social" del que hablara Rouseau, legitimando atropellos y errores educativos graves, como dejar en manos de mercado aspectos centrales de la educación. Ya sabemos que el mercado se pregunta esencialmente lo siguiente: ¿Cómo puedo yo sacar dinero de este asunto? Y, en este caso, se trata nada menos que de la sexualidad y de las relaciones amorosas. Ya se sabe, hasta usan comercialmente las noticias de abusos sexuales, asesinatos de mujeres, conflictos de las parejas o diversidades sexuales, llevándolas todos los días a los telediarios, convertidos en buena parte en lo que era el periódico de "EL Caso", justo para ganar audiencia.
Es necesario que padres, educadores y sanitarios rompamos el silencio y eduquemos a las nuevas generaciones fomentando su capacidad crítica; educación para ser consumidores críticos y adquirir valores universales, propios de una ética sexual y amorosa humanista en los que la libertad, la igualdad social y sexual (sin penes simbolizados por metralletas y cañones) y la fraternidad. Una sexualidad liberada de las dictaduras y de los mercados. Y solo hay un camino, la educación, para convertirse en consumidor crítico y en una personas capaz de gestionar su libertad.