OPINIóN
Actualizado 21/05/2017
Redacción

En nuestro particular imaginario infantil, rural y marcado por una religiosidad casi mágica y ensoñadora, Fátima era un faro que imantaba nuestra imaginación, a través de las historias de la aparición de la figura de la Virgen María a tres humildes niños pastores, que escuchábamos de labios de nuestras madres.

Tales niños pastores podíamos haber sido cualesquiera de nosotros, que apacentábamos en los prados a los ganados, cuando nuestros padres nos enviaban, al salir de la escuela, o en las tardes interminables del verano, a realizar tal labor.

Ahora se reactualiza la memoria de aquellos niños pastores, a raíz del viaje del papa Francisco a Fátima, para canonizar a dos de aquellos tres niños pastores, a Jacinta y Francisco, hermanos que murieran ya en la niñez.

Es la memoria pastoril del oeste, de nuestro oeste pobre y mágico y fascinante y dejado de la mano de Dios y despoblado y? fascinante. Una memoria pastoril que llevaran a la literatura, concretamente al teatro, en el arranque de la modernidad, nuestros dramaturgos (y poetas) salmantinos Juan del Encina y Lucas Fernández.

Porque todos fuimos pastores. A todos los que tal tarea realizamos se nos inundó el corazón y el alma de naturaleza, esa naturaleza que ?según algunos pensadores sintientes? es una de las puertas de acceso a lo sagrado.

Y, en el fondo, todos hemos participado de ese imaginario que está en Fátima, como arquetipo, pero que también está en las tierras de Ledesma, donde ?según puede leerse en algunas historias de Salamanca? existieron asimismo unos santos niños pastores, que se han venerado, cuando todavía estaban vivos los tiempos de la veneración, ya extinguidos.

Porque, como dice la percepción popular campesina, la Virgen siempre se aparece a los pastores. Se dice con ironía, como tratando de indicar que los pastores son algo inocentes. Pero, más allá de la ironía, tal aserto popular lo que viene a indicar, muy sutilmente, es que los pastores son los que más en contacto están ?frente al mayor pragmatismo de los labradores o agricultores? con lo extraordinario, con lo maravilloso, con aquello que está más allá de nuestras narices.

Vuelve estos días de nuevo la memoria de los santos niños pastores, que encandilara nuestra niñez. Es una memoria que surge del humus de nuestra tierra, unas tierras del profundo oeste ibérico, que abarca también las tierras portuguesas. Una memoria de niños pobres, de niños santos, ya sean de Ledesma o de Fátima, da igual. Como da igual que se llamen Lucía, Jacinta, Francisco, o con cualquier otro nombre. Porque todos los niños de ese oeste peninsular, profundo y pobre, abandonado de la mano de Dios, estamos marcados de por vida por esa aura maravillosa, mágica, fascinante que acompañará por siempre nuestra visión del mundo.

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