Ni la feria de Sevilla, ni la de Madrid: la noticia taurina en lo que va de temporada es la irrupción en la tauromaquia de un niño de Ciudad Rodrigo llamado Marco Pérez. Marco es un portentoso talento taurino inconcebible en la normalidad a su edad: 9 años. Y no es se ponga delante de las becerras y les de pases y pases, quieto, más o menos listo?Es otra cosa bien distinta. Lo extraordinario en él es el concepto mismo del toreo que desarrolla misteriosamente su infantil cabecita, la forma en que lo tiene interiorizado. La distancia, los terrenos, la improvisación, el temple, los remates, la impronta, los recursos, la armonía del conjunto, la ligazón?.todo eso que se explica en una figura del toreo con una docena de años de alternativa, resulta inaudito y sorprendente que lo compendie, en edición de bolsillo, un niño de 9 años.
Verle en la plaza, como maneja su pequeño capotillo y muletilla, como diseña la danza espontánea y natural del toreo, es gloria para los ojos de la afición. Un niño prodigio (a la memoria nos vienen Joselito, Marisol?) nacido entre las columnas de los carnavales más toristas de España.
Marco es hijo del novillero Vicente Pérez, torero mirobrigense al que vimos torear con buen aire a finales de los 80, malogrado por un fortísimo encontronazo contra un burladero cuando un novillo le hizo hilo el 4 de abril de 1992, durante la celebración del Festival homenaje a Julio Robles que tuvo lugar en La Glorieta. De casta le viene al galgo, pues.
El niño, que toma sus lecciones taurinas en la Escuela de Tauromaquia de Salamanca, a la que también perteneció de forma sobresaliente su padre, parece tocar ya las puertas de la universidad taurina.
La pregunta es, una vez frotados los ojos del resplandor, ¿qué se hace con un niño así?. Que juegue, que estudie y que, llegado el momento, decida por sí mismo. Y hasta entonces que nos lo enseñen de vez en cuando?para disfrutar, más que nada, de lo fresca y preciosa que puede llegar a ser la tauromaquia.