OPINIóN
Actualizado 17/05/2017
Juan Sebastián González

El 29 de agosto de 1952, el compositor David Tudor se acercó al piano instalado sobre el escenario del Maverick Concert Hall, en Woodstock (Nueva York). La audiencia siguió con los ojos al joven intérprete, que gozaba ya de cierta reputación en la vanguardia musical de Estados Unidos. Se sentó y, cuando todo el mundo esperaba la primera nota, cerró la tapa del piano y permaneció en silencio durante 30 segundos. Después volvió a abrir y cerrar la tapa, como señal de inicio del segundo movimiento, y volvió a quedarse inmóvil otros 2 minutos y 23 segundos, ante el asombro de los asistentes, muchos de los cuales comenzaron a abandonar la sala. Y repitió el gesto por última vez, permaneciendo en silencio 1 minuto y 20 segundos más, mientras leía la partitura en blanco que había frente a él.

El «shock» que provocó en los oyentes aquel concierto carente de todo sonido provocado por el pianista, y que muchos consideraron una tomadura de pelo, era el estreno de «4'33''» de John Cage (Los Ángeles, 1912 ? Nueva York, 1992). Una obra conocida también como la «pieza silenciosa» y que, con el paso del tiempo, ha alcanzando un estatus legendario no solo en la carrera musical del compositor estadounidense, sino también en el arte del siglo XX.

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