Las principales funciones de los medios de comunicación social han ido transformándose desde hace mucho tiempo a beneficio de inventario. Los objetivos de informar, entretener y formar que se les atribuían obviaban que siempre han ejercido también como plataformas de propaganda ideológica y comercial. Pues bien, se da la paradoja de que cuantos más soportes, procedimientos y canales de comunicación existen, más cortas son sus miras. Hoy por hoy, las principales funciones de casi todos los medios son vender cosas y comer políticamente los cerebros.
He hablado en varios artículos sobre la propaganda ideólogica y lo seguiré haciendo, pero ahora voy a referirme a dos formatos de telerrealidad: uno que mezcla variedades y entrevistas, y el otro sólo de personajes famosos. Productos de televisión supuestamente creados para entretener o divertir se han convertido en promo-reality, mero pretexto para lanzar películas, libros, discos u otros programas o series de tv promovidos por el mismo grupo multimedia. Pondré dos ejemplos descarados: El Hormiguero, escala obligada de ciertas estrellas del espectáculo o la cultureta en campaña de lanzamiento y publicity, y Mi casa es la tuya, más aún desde que se emite en el canal actual. Haciendo zaping fugaz he notado estas últimas semanas una leve diferencia entre ellos: mientras el conductor de El Hormiguero se muestra exultante sabiendo que la audiencia ingenua cree que la presencia de galácticos es mérito suyo, el presentador de Mi casa es la tuya trata de disimular su disgusto porque le impongan sentar en su sofá y ofrecer sus fogones a personajes que tal vez no le parecen de tanta enjundia como los que llevaba en la versión anterior del mismo programa. Pero a estas alturas Bertín Osborne debería saber dónde y cómo se cocina la agenda-setting del español medio.