OPINIóN
Actualizado 15/05/2017
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Un día de primavera, de aquellos en que sopla un viento frío, sales de casa pronto, casi al amanecer. Sufren los árboles que ya brotaban, engañados por el tiempo cambiante. Tu pelo está a medio secar y, aún tras la ducha, tus ojos siguen legañosos. No importa; la mañana gris tampoco te dejaría ver con claridad. Seguirías dando vueltas a una noche larga, como estás haciendo ahora, mientras caminas por las calles conocidas.

En la cama también diste infinitas vueltas a tu soledad estrenada. Ambas eran demasiado grandes para ti. Ayer te dijo que te dejaba, y no supiste reaccionar. No te lo esperabas, ya lo sé. Pero callar y encerrarte nunca fue buena opción. Antes de lamer tu herida, debías haber abierto tu corazón y decirle, con cariño, lo que pensabas.

Ahora hilas argumentos fluídos, cuando ya se ha ido sin decir si volverá. Sabías que la convivencia no es siempre fácil. Pero pensabas que, a tu manera, compartías día a día tus sentimientos. Cuando decidió irse a vivir contigo, te cambió la vida entera. Comprendiste el vacío de todo lo anterior. Y nunca se lo dijiste, por lo menos de esta manera.

Tu infantil inexperiencia te condujo a un espejismo. Hoy es cuando notas que solo era un fugaz esplendor, un reflejo de los astros que una noche se alinearon para señalarte el camino, que seguiste con ligereza, para llevarte a ese extraño jugueteo al que algunos llaman amor.

Pero ahí sigues tú: aún con la mirada lánguida, entre el desamparo y el resfriado, sin ganas de nada y con sueño. Con la realidad en contra y las entrañas heridas. Heridas por el abandono, sí, pero sobre todo por las brasas encendidas que no supiste mostrar.

Lo peor no es la soledad que sientes. El amor no correspondido es tortura inacabable. Te confiaste sin cautela y la rutina te dominó. No entendiste que del jardín debías ser vigilante esmerado; y olvidaste los riegos cotidianos.

Si estuvieras aún delante, sabrías ahora pedirle que regrese. Le dirías que nada de lo que te concierna tiene sentido, si no está. Rogarías que volviera, que aprendiera a ser indulgente. Que supiera tener paciencia y que así, tú, despacito, sabrías mejorar.

El gozo de los primeros días se convirtió en pura ceniza, tu pensaste en el triunfo eterno y dejaste de aventar. Ahora sus sentimientos son duros. Fue ayer mismo cuando, en lo que a ti te pareció de improviso, dijo que no quería sufrir más. Eso te dejó sin palabras. Pero si todavía pudieras, le hablarías con voz dulce. Le mostrarías sin recelos todo aquello que tienes dentro, todo lo que le podrías dar. Y quizás este amor desbordado aún tuviera la fuerza para prender el escondido rescoldo del que un amago de pasión pudiera volver a brotar.

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