OPINIóN
Actualizado 13/05/2017
Eusebio Gómez

"Cierto país fue invadido por el enemigo. Cuando un cojo se lo comunicó a un ciego, éste se cargó al cojo a sus espaldas y escaparon juntos. Lo hicieron aprovechando lo mejor de cada uno (Huai Nan Zi)

Cada persona tiene un montón de limitaciones, pero todas pueden poner sus cualidades al servicio de los otros. Cada persona lleva a Dios dentro, al Dios que carga con el cojo, el ciego y el paralítico. El es la fuerza de los débiles.

Pablo se dio cuenta de ese gran misterio. Cómo el Creador se manifiesta en lo débil. "Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que su fuerza superior procede de Dios y no de nosotros. Por todas partes nos aprietan pero no nos ahogan; estamos apurados, pero no desesperados; somos perseguidos pero no desamparados; derribados pero no aniquilados?" (2 Co 2.2-7).Él es la fuerza, la roca, la seguridad de los caminantes. Este es el gran misterio, difícil de aceptar. La fuerza de Dios brilla en la debilidad del ser humano y su riqueza en la pobreza del hombre. La debilidad de éste se convierte en gracia poder de Dios.

Y Dios no ha llamado a los sabios y poderosos del mundo. "Dios ha elegido a los locos del mundo para humillar a los fuertes, a los plebeyos y despreciados del mundo, a los que nada son, para anular a los que son algo" (1Co 1.26-31).

Somos despojados de nuestras falsas seguridades y somos conscientes de nuestra fragilidad en una sociedad sacudida por la violencia. De nuestra fragilidad hemos aprendido a descubrir el paso de Dios en el débil y en el que sufre.

Hay un dicho que dice. "Para ver las lágrimas de un pescado, hay que meterse en el agua, para saber si una casa se derrumba hay que entrar en su interior". Hay que pasar por la enfermedad y la pobreza para poder comprender de verdad al pobre y al enfermo. Estos, con sus carencias, nos cuestionan continuamente y ellos nos dan la oportunidad de saber que no debemos ser sordos e insensibles a sus ruegos, ya que dentro de nosotros hay mucho de compasión, de solidaridad, de bondad callada. Con nuestro compartir, hacemos que el paso de Dios sea brisa fresca y vitalizante para el que sufre.

A través de la pobreza se aprende a reconocer a Dios en el hermano y, por los tanto, a no despreciar a nadie, a ser comprensivo con todos. Cuando uno no tiene nada y no es nada, las esperanzas se fundamentan en el todopoderoso. La debilidad es fuente de fortaleza y esperanza. Reconocer nuestra impotencia, es un camino seguro hacia el abandono y confianza en el Señor.

En el tiempo de dificultad como el que pasamos, es bueno reconocer nuestras limitaciones y poner lo poco o mucho que tengamos al servicio de los otros. Juntos podemos salvarnos de todas las guerras de cada día.

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