"Si estamos de acuerdo, ¿por qué lo permitimos?" Así terminaba Marcelo Bielsa una breve intervención sobre el papel de los medios en la educación de la población. Le sobraron dos minutos para recalcar la relevancia que habían adquirido al desplazar a la familia y a la escuela como fuentes principales de instrucción, así como para lamentar las consecuencias de este hecho. Subraya que esto no debería ser así, no si tenemos en cuenta la finalidad última de estas empresas, enfocadas más al entretenimiento que a la información, a la obtención de beneficios que al cumplimiento del deber constitucional que se les asignó aquel 6 de diciembre de 1978 en el que este país aún podía presumir de ingenuo (ya ni eso).
El entrenador argentino les negaba esa capacidad. Sí, denunciaba el hecho de que los principales programas deportivos, especialmente futbolísticos, se basaran en el empleo del sofisma como recurso argumental que les permite mantener que un mismo hecho está bien y mal en función del resultado obtenido. Esto es, la victoria y la derrota justifican la exaltación y la crítica de un comportamiento que es idéntico a otro, de una misma decisión siempre que sus efectos no sean igualmente análogos.
Estas son las bases sobre las que arman sus discursos y atraen a las masas muchos de los programas de entretenimiento deportivo. Estas las triquiñuelas que, insultando a la inteligencia del común, alientan rivalidades artificiales, morbo e intriga en dosis que estomagan. Despertando en el espectador las emociones más básicas los expertos en comunicación de las diferentes cadenas saben que generarán opiniones, debates y polémicas que fijarán la atención de esos hombres y mujeres. Debates de tal envergadura que los congregarán nuevamente ante la pantalla del televisor o el monitor de un ordenador para recargar sus metralletas y soltar fuego a discreción contra aquel que, por una anécdota o una herencia familiar, apoya unos colores distintos de los suyos.
Un momento. No aplaudan. No aunque estén de acuerdo con todo lo escrito, que no es otra cosa que la transcripción de las palabras de Marcelo Bielsa. No las suscriban ni las compartan en sus muros porque todos somos cómplices de este circo como lo somos por omisión y por apaciguamiento de otros tantos horrores e injusticias. Porque estando de acuerdo en que es necesario hacer algo con la crisis de refugiados, la corrupción, la desigualdad, en el fondo lo permitimos con nuestra pasividad y parsimonia, aquella con la que nos llevamos la comida a la boca mientras vemos en el televisor cómo se encumbran y vituperan idénticos comportamientos.