Que hace falta la lluvia es un hecho. Y que tampoco hay medio de hacerla venir pues también. Antes intentábamos sacando a San Isidro o con la Arrixaca en Murcia. Ahora ya ni lo intentamos. Pues porque no está de llover precisamente. Como les soltó un obispo cartagenero-murciano a la comisión de huertanos que le visitaron para pedirle sacar la imagen, según cuentan. Yo probaría por si acaso.
Tampoco es que tengamos aquí la tradición de saltar bailando e invocar al dios de la lluvia precisamente. Así que, unos por otros, la hacienda sin regar. Y los hombres del tiempo ni afirman ni niegan que esto esté cambiando a pasos agigantados. Que el campo se agosta antes. Que no sobra el agua ahora (porque nunca sobró).
Creo se hace necesaria una política hídrica estatal. De mayor alcance. Una mayor y mejor coordinación en el embalsado y reparto del agua. Que no se pierda una sola gota. Que se pierde demasiado. Más cabeza y solidaridad en el reparto y menos visceralidad. Que el agua es un bien común y no debe tener frontera ni matrícula.
También propondría una danza conjunta de políticos (que son tantos), de simpatizantes del ecologismo como doctrina (que también son tantos), de agricultores y ganaderos, y todos los voluntarios que deseen (yo incluido), para iniciar una danza colectiva en lugar bien visible (Madrid, por ejemplo, como se hace en manifestaciones importantes) y debidamente asesorados por un indio navajo americano, para mayor eficacia del invento, e intentar conseguir algo por esa vía. O vuelta a lo de San Isidro, o la Arrixaca (o ahora mejor la Fuensanta), para probar con algo que fue eficaz. Eficaz y autóctono. Pero acaso hagamos algo. Todo, antes de quedarnos parados aquí en el medio mirando al cielo. Como quien quiere ver llover.