OPINIóN
Actualizado 10/05/2017
Juan Sebastián González

Dentro de la totalidad del legado de John Cage no existe un solo concepto que haya adquirido tanta resonancia y tan trascendente significación como el perfume de azahar, conceptualmente olor de azar. No obstante, a pesar de que han sido motivo de invocación habitual desde hace prácticamente medio siglo entre los historiadores del arte, las ideas de Cage sobre el azar han seguido siendo un territorio cuya escasa exploración dentro de la disciplina, hasta la fecha, resulta sorprendente.

En efecto, con algunas contadas excepciones, los historiadores del arte tienden a restar importancia a la exploración del azar que Cage llevó a cabo, tachándola si acaso de mero revival del dadaísmo anterior a la Segunda Guerra Mundial, de simple adopción quietista de la irracionalidad o de una fuente de conflicto no reconocida como tal, que enfrentaría por un lado la decidida aprobación de las operaciones de azar que manifestó en repetidas ocasiones el compositor y, por otro, los medios sumamente rigurosos, a través de los cuales las llevaba a efecto.

Es irónico, pero es precisamente la propia ausencia de especificidad con que se ha abordado el concepto de azar lo que permite esta abundancia y amplitud de citas, sin duda indiscriminadas, que se perciben en la literatura especializada de la historia del arte cuando se ocupa de los happenings y de Fluxus, ya que la práctica totalidad de los artistas que ejercieron en el marco de estos movimientos tuvieron muy en cuenta el azar, fuera de un modo u otro. Tanto si son elogiosas como si resultan despectivas, estas generalizaciones contrastan abiertamente no solo con la especificidad de las operaciones de azar que Cage llevó a cabo, sino también con la infinidad de maneras en que las recibieron

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