OPINIóN
Actualizado 08/05/2017
Toño Blázquez

La vida es una singladura desequilibrante, incierta, abismal; llena de baches, recodos, meandros de agua brava y furiosa; atolladeros de agobio. El destino teje constantemente fluctuaciones de contrastes caprichosos que nos hacen vulnerables de por vida desde que nacemos. Lo tengo asumido: no hay futuro. Sólo pasado (no queda más remedio) y presente. Plantemos cara y sonrisa a la vida porque mientras no nos metan entre dos paréntesis y dos fechas, vamos bien.

Uno le da vueltas a asuntos comúnmente asumidos de antemano y eternamente intransitables, en cualquier caso, siempre resbaladizos. ¿Hasta dónde se puede amar a un padre?. Hace escasos días enterramos en Vitigudino a Nicolás Calles, un hombre en su momento joven, de carácter afable, casado, tres hijos estupendos, trabajo estable?.De golpe la enfermedad incurable, degenerativa, brutal, y queda paralítico, inane, casi vegetal. Preguntándonos al mirarle: ¿nos ve?, ¿nos oye?, ¿nos siente?, ¿nos conoce?. Los médicos no dan solución y no hay marcha atrás. Pero el corazón late, la gestualidad leve le redime con el mundo consciente. Pasa el tiempo y el día a día es una absoluta muestra de amor y atención por el padre desarbolado y mudo por parte de la esposa y los hijos. Me los imagino haciendo un pacto a sangre y fuego, como aquellos templarios tremebundos del siglo XIV, consagrados al sacrificio, a la guerra y a Dios. Merche y sus hijos: el amor al padre por encima de todo. Y, bajo este juramento, consagraron durante más de una década su tiempo de ocio y calidad de vida, a atender, como soldados, al padre. ¿Se acuerdan?: "En la salud y en la enfermedad?".

Y no fue cosa vana la promesa que en su día salmodiaron ante el altar. Merche primero y sus hijos después, han dado buena prueba de ello. Una prueba de amor incontestable y un ejercicio de pura fidelidad de los que deben sentirse orgullosos para siempre.

Se dio sepultura en Vitigudino a un hombre bueno y al mismo tiempo se abrió una ventana a la paz de su familia. Justo la que él hubiera querido abrir con sus propias manos.

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