Ante la situación que nos presentan, nuestros obispos nos invitan a trabajar "con realismo y esperanza"
En el reciente viaje del Papa a Egipto, pudimos ver una instantánea de la situación actual del mundo, necesitado de paz, de respeto, de diálogo y de solidaridad.
En esta ocasión queremos aproximarnos a una visión fotográfica de nuestro país, España.
Hace pocos días, era elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española el arzobispo de Valladolid, el cardenal Ricardo Blázquez. Y algunos días después, el mismo Don Ricardo presentaba su renuncia como arzobispo de Valladolid por la disposición del Código de Derecho Canónico, que prevé la renuncia de todos los obispos a sus diócesis al cumplir los setenta y cinco años.
Esa renuncia podría ser aceptada por el Papa Francisco inmediatamente, aunque lo que parece razonable es que lo mantenga a Don Ricardo en la sede vallisoletana, por lo menos hasta que cumpla el trienio de su presidencia al frente de la Conferencia Episcopal.
Por otra parte, la tarea que le espera al presidente episcopal es la del cumplimiento o ejecución del mandato expresado por la plenaria de la Conferencia Episcopal en el Plan Pastoral de la misma Conferencia para los próximos cinco años, del 2016 al 2020.
En ese plan pastoral, los obispos, para justificar las líneas de acción y las acciones previstas para ser realizadas en el quinquenio, hacen una reflexión introductoria que refleja cómo ven ellos la situación actual del pueblo de España, y me parece interesante hacer una sencilla alusión a esos rasgos con los que los obispos delinean el actual mapa de situación de nuestro país.
El título que le dan a su documento programático es "Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo". Y a la parte de análisis con la que empiezan dicho documento la titulan "Una mirada compasiva a nuestro mundo".
Las cinco pistas sobre las que caminan nuestros obispos en su análisis de nuestra situación se resume en cinco puntos, cada uno de los cuales merece un mínimo comentario o explicitación:
Según nuestros obispos, bajo la influencia de la cultura dominante en Occidente, en nuestro pueblo se ha difundido la idea de que la religión no tiene fundamento racional ni científico. Y por eso las creencias religiosas son vistas como «opciones subjetivas», que no deben influir en el ordenamiento de la vida pública y colectiva. Según la concepción del mundo laicista, la religión puede ser respetada como una práctica personal o como un bien cultural, con tal de que se mantenga estrictamente en el ámbito de las prácticas privadas de los creyentes.
Esta cultura que se ha ido difundiendo en las últimas décadas tiene como valor fundamental la exaltación de la libertad individual, entendida como la capacidad y el derecho a disponer de los bienes materiales y de nosotros mismos según nuestras conveniencias. Y esta sobrevaloración de la libertad da lugar fácilmente al subjetivismo y al relativismo, que nos conducen a una desorientación en relación con el fin natural de nuestras vidas.
En ausencia de las suficientes referencias religiosas, la cultura dominante, que inspira espontáneamente el comportamiento de las personas y de las instituciones, es cada vez más secular, más reducida a los datos y objetivos de la vida terrena, sin tener en cuenta al Dios Creador ni a su enviado Jesucristo. Se oscurece así en la conciencia personal la cuestión decisiva de la inmortalidad y de la salvación eterna de la propia vida.
Los dos rasgos más decisivos y determinantes de esta nueva cultura parecen ser el subjetivismo y el relativismo. La realidad ya no se ve primordialmente en su ser objetivo, sino en lo que es "para mí", en lo que favorece o perjudica mis intereses y deseos. Se cumple aquello de que «el hombre es la medida de todas las cosas». Ahora habría que decir que cada uno de nosotros es la medida y marca el valor de todo. Como si cada uno fuera el creador del mundo y pudiera asignar el ser o el valor de los acontecimientos, de las personas y de las cosas.
Esta manera de pensar relativista y subjetivista que hemos señalado hace imposible la universalidad y la estabilidad de las normas morales y de los modelos de comportamiento. Se deforma profundamente la conciencia moral. Se establece como criterio moral decisivo el propio interés, los gustos y los deseos personales. En el mejor de los casos, la norma suprema del comportamiento llega a ser el consenso social. Los parlamentos se alzan con la presunción de decidir la frontera entre el bien y el mal. Si se pierde o difumina gravemente la diferencia entre el bien y el mal, se pierde también la diferencia entre lo legal y lo moral, lo cual conduce fácilmente al ciudadano a interpretar que lo legal siempre está moralmente permitido.
Después de este análisis de la realidad, apelan nuestros obispos a "nuestra propia responsabilidad", la de los obispos y la nuestra, aunque señalan que hay "razones para la esperanza", e invitan a trabajar con "realismo y confianza", siendo "fieles a la misión recibida del Señor" y conscientes de que "donde abunda la desilusión, sobreabunda la esperanza". Terminan así nuestros pastores invitando a la ilusión confiada y a la esperanza.
Al Cardenal Blázquez, a nuestros obispos y a nosotros mismos nos espera un fuerte compromiso en el cumplimiento del plan de cinco años que, a pesar de las dificultades con las que nos enfrentamos, nos invitan a trabajar con una firme confianza y esperanza.