Domingo 4º de Pascua, el Buen Pastor. El argumento pascual de este domingo no es una aparición de Jesús resucitado a las mujeres o discípulos, sino la experiencia de Jesús-Pastor que dirige y guarda, anima y protege a sus amigos que, conforme a un símbolo usual del oriente, aparecen como ovejas.
No voy a comentar de un modo completo el evangelio (Jn 10,1-10), ni tampoco la segunda lectura ( 1 Pedro 2, 20b-25), sino el tema de Jesús pastor y de los "ministros" de su evangelio quienes, según Jesús, deberían ser "buenos pastores", poniendo su vida al servicio de las ovejas.
La iglesia posterior sigue empleando la imagen del pastor, y así habla de la pastoral, como expresión de servicio o gobierno cristiano. En esa línea, los protestantes han abandonado en general el tema del sacerdocio , pues sólo Jesús es para ellos sacerdote, y así presentan a sus ministros como pastores de las comunidades.
Éste ha de ser el sentido del "mando cristiano": Un ejercicio de pastoreo, al servicio de las ovejas (con olor a oveja como dice Francisco), pues, en sentido evangélico, no son las ovejas para el pastor, sino el pastor para las ovejas.
-- Esta es una imagen bella, propia del entorno del Mediterráneo y de otros lugares, donde puede hablarse de diversos tipos de pastores (cabreros y ovejeros, boyeros y vaqueros, camelleros etc).
-- Pero es, al mismo tiempo, una imagen inquietante, que puede hallarse en gran parte superada, siendo ya anacrónica (el mundo de los viejos pastores está terminando...). En el mundo moderno, los pastores han perdido (o están perdiendo) su vinculación personal con las ovejas (o las cabras, las vacas y los cerdos...), para convertirse en sueños superiores, que se imponen y dirigen a sus animales con medios técnicos...
-- Y puede ser también una imagen injusta, pues los fieles (los cristianos) no son ovejas ni cabras, animales que han de ser pastoreados (llevados a sus pastos...), sino personas libres, como sabe el mismo Jesús cuando dice "ya no os llamo siervos, ni ovejas ovejas, sino que os llamo amigos", pues he querido compartir con vosotros todo lo que Dios me ha dado, todo lo que tengo.
Ésta acaba siendo la gran paradoja del pastor del evangelio, que no manda ni se impone desde arriba sobre las ovejas, sino que las conoce por su nombre y las quiere con amor, de un modo inmediato... dando la vida por ellas. Por eso, lo que importa no son los pastores, sino las ovejas, a cuyo servicio han de ponerse los pastores.
(Por eso una imagen de pastores vestidos gala..., como si estuvieran ocupados de sí mismos, acaba siendo para muchos extraña y contraproducente).
En ese sentido, el buen pastor no manda sobre las ovejas, sino que son las ovejas las que mandan sobre el pastor, que debe someterse a ellas (esto es, ponerse al servicio de ellas).
Este inversión (no son ovejas para el pastor, sino el pastor para las ovejas...) define la tarea de la "pastoral cristiana", que nos sitúa en el centro de la experiencia cristiana de la actualidad, dentro de la gran crisis política y social, en un mundo donde parecemos gobernador por lobos (imagen).
En otro tiempo, reyes y obispos, podían aparecer como "pastores", de manera que ellos tenían autoridad sobre las ovejas, y quizá lo hacían bien. Per ¿quién se atrevería a llamar hoy "pastores" a los reyes y políticos de turno (Rajoy o Trump, Iglesias, Isabel II o a Putin...?
Pues bien, muchos "pastores cristianos" (obispos, presbíteros...) no se han dado cuenta de este cambio evangélico... y piensan que son ellos los que mandan sobre las ovejas, y no es así: ¡No son los pastores los que mandan sobre las ovejas, sino ellas, las ovejas, las que mandan sobre los pastoes.
El tema de fondo de esta imagen del pastor y de rebaño.... es luminoso, pero está necesitado de un tratamiento serio. Por eso he querido volver a sus orígenes bíblicos, para que cada lector lo replantee. Buen domingo a todos. Seguimos en Pascua... la pascua de los pastores.
(1) La imagen bíblica.
La figura del pastor y su rebaño pertenece al mundo cotidiano del antiguo oriente mediterráneo. Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, ella culmina en Jn 10, 2-16 (el Buen Pastor) y en Mt 25, 31-46 (juicio final) y ha tenido gran influjo en la visión posterior de la iglesia cristiana que ha concebido a sus ministros como «pastores» y interpretado su acción ministerial como «pastoral».
Pastor es en oriente (Sumeria, Babilonia, Asiria...) el rey, que protege y guía sus rebaños de hombre, ayuda a los débiles, protege a los enfermos. Pastor es en el cielo Dios, aquel que cuida del rebaño grande de los hombres. Ésta es una imagen valiosa, pero corre el riesgo de establecer una distancia entre el guía-pastor que es el único individuo activo y el resto de los hombres, entendidos como rebaño pasivo.
Desde Abel, que es el primer pastor (Gen 4, 2) y desde un hijo de Lamec, que fue padre de todos los que crían ganado y viven en tiendas (cf. Gen 4, 20), y desde los patriarcas, pastores de ganados (cf. Gen 13, 7; 26, 20; 46, 32), la Biblia está llena de pastores, aunque la cultura israelita dominante acaba siendo agrícola y urbana. De todas formas, el recuerdo de David, pastor de ovejas en los campos de Belén (1 Sam 16, 13; 17, 20), se ha mantenido vivo en la tradición mesiánica. Un salmo dice que Dios tomó a David de los rediles de ovejas, para hacerle rey de Israel, de manera que su oficio y tarea de pastor de ovejas sirve de base simbólica para entender su trabajo de pastor del pueblo (cf. Sal 78, 70).
Dios aparece como un pastor que cuida el rebajo de los hombres, especialmente de su pueblo Israel (Is 40, 11; 63, 11; Jer 30, 10 etc). El Antiguo Testamento sabe que Dios es pastor de Israel: «El Señor es mi pastor, nada me falta, por lugares tranquilos me hace reposar...» (Sal 23, 1; cf. Gen 49, 24; Jer 31, 10; 43, 12; Ez 34, 5.12, etc.).
También los jefes de Israel reciben rasgos de pastor (cf. 2 Sam 7, 7; Jer 3, 23; Sal 78, 72), aunque parece que nunca se les atribuye di¬rectamente ese título, que será propio del Mesías: «Les daré un pastor único que los pastoree: mi siervo David; él les apacentará, él será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios y mi siervo David será príncipe en medio de ellos» (Ez 34, 23-24; cf. 37, 22.24; Jer 3, 15; 23, 4).
(2) Mt 25, 31-46. Pastor mesiánico, las ovejas menores.
La certeza de que Dios cuida a las ovejas y la promesa del nuevo pastor mesiánico de Ez 34, 11-14 forman el punto de partida de una visión teológico-simbólica que llega hasta Mt 25, 32, donde el pastor se identifica con las «ovejas» más pequeñas del rebaño. En el fondo está igualmente la imagen apócrifa de 1 Hen 89-90: el camino de Israel, desde el diluvio hasta el Mesías, aparece como historia de un rebaño; los miembros del pueblo son ovejas a las que Dios va guiando, superando los peligros, los rechazos y rupturas, hasta el tiempo en que llegue el salvador-mesías. Al referirse a Jesús, Hijo de Hombre, en la fi¬gura del pastor que separa a su rebaño, Mt 25, 32 se encuentra en la línea de ese viejo simbolismo.
La tradición del rey-pastor forma parte de la ideología política de Israel (cf. Ez 34, 23-24), donde Dios mismo aparece como pastor supremo del pueblo (cf. Sal 23, 1; 80, 1), conforme a una visión más propia de los reinos de oriente que de la democracia griega, donde los miembros del pueblo no aparecen ya como rebaño de un pastor, sino como grupo de hombres libres. Desde ese fondo se entienden los textos del Nuevo Testamento donde el Mesías toma rasgos de pastor, especialmente el de Mt 25:
«Cuando llegue el Hijo de hombre en su gloria y todos los ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria y se congregarán delante de él todos los pueblos. Y separará a unos de otros como el pastor separa a las ovejas de las cabras; y pondrá a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquier¬da. Y entonces el rey dirá...» (Mt 25, 31 34).
La imagen es tradicional, pero el simbolismo de fondo será totalmente nuevo: aquí estamos ante un pastor que se identifica con sus ovejas; no manda sobre desde arriba, sino que vive y sufre en ellas. Estamos, evidentemente, en una línea de evangelio, que ha de entenderse desde la parábola de la oveja perdida (cf. Lc 15, 4-6, Mt 18, 12-14) y desde la gran alegoría de Jn 10, 1-16, donde las ovejas dejan de ser animales dirigidos por un guía superior y se vuelven amigos del pastor.
(3) Pastor misericordioso, el Buen Pastor (Jn 10).
Podemos desarrollar las últimas reflexiones. Jesús toma la imagen del pastor y la recrea desde el evangelio. Así dice que se apiada de los hombres porque están «dispersos y perdidos, como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36). En ese contexto se inscribe su acción misericordiosa, que viene a expresarse de manera privilegiada en la parábola del pastor:
«¿Quién de vosotros, teniendo cien ovejas y perdiendo una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va hacia la perdida hasta encontrarla? Y encontrándola la pone en sus espaldas con gran gozo y viene hasta su casa y llama a sus amigos y les dice: alegraos conmigo porque he encontrado a mi oveja perdida» (Lc 14, 3-6).
A Jesús le han acusado de comer con pecadores, perdonando y recibiendo en su mesa a los proscritos de la alianza (publi¬ca¬nos, prostitutas). Jesús se defiende contando esta parábola, en la que Dios (o el pastor mesiánico) viene a mostrar su solidaridad con las ovejas perdidas. En esa línea se sitúa el texto del buen pastor:
«Yo soy el buen pastor; el buen pastor entrega su vida por sus ovejas. El mercenario, el que no es pastor ni tiene a las ovejas como propias, ve venir al lobo y abandona, huyendo, a las ovejas; y así viene el lobo y las destroza y las dispersa. Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre. Así entrego mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil; las debo conducir, para que escuchen mi voz y de esa forma haya un rebaño y un pastor» (Jn 10, 11-16).
Siguiendo en la línea anterior, el pastor se ha convertido de alguna forma en padre y amigo del rebaño. Esta alegoría del Jesús pastor tiene tres rasgos o elementos principales.
(a) Elemento cristológico.
Jesús es el auténtico pastor, a¬quel que puede conducir hasta la meta a su rebaño. Por eso se distin¬gue de otros malos pastores, mercenarios, que han venido a presen¬tarse como salvadores, siendo en realidad asalariados, que han querido aprovecharse del rebaño. Juan alude aquí probablemente, en la línea de 1 Henoc 83-90, a los diversos líderes que, en esos últimos años, entre el 50 y el 100 d. C., han manipulado a los judíos, llevándoles a la perdición.
(b) Hay un rasgo eclesiológico.
Jesús es verdadero pastor porque conoce a las ovejas (hombres), dialogando con ellas en intimidad de corazón. Sólo así, sobre una base de conocimiento personal puede fundarse la comunidad de los salvados como iglesia donde todos tienen un lugar para vivir en plenitud. Jesús es pastor y puerta del rebaño; Jesús es guía y casa para las ovejas.
(c) Hay, en fin, un rasgo intradivino:
la unidad del pastor con las ovejas refleja sobre la tierra el gran misterio del encuentro de Cristo con el Padre, tal como Juan lo ha desarrollado en Jn 20. De esa forma, llevado hasta el extremo, este signo del pastor nos saca del ámbito animal (pastoral) para situarnos en un plano intensamente personal, de comunicación afectiva. En ese contexto debemos añadir encargo de Jesús a Pedro a quien pide que «apaciente sus ovejas» (Jn 21, 16-17). En esa línea se dirá que los ministros de la iglesia son pastores que aman a las ovejas, dialogando con ellas como Buen Pastor, que es Cristo.
(4) Pastor y obispo de nuestras almas.
Culminando la referencia anterior encontramos las palabras de la Primera Carta de Pedro, de la segunda lectura de este dogmingo:
«Andabais errantes como ovejas, pero habéis vuelto al Pastor y Obispo (=Guardián) de vuestras almas» (1 Ped 2, 18-25).
Cristo aparece como Pastor y Obispo (poimêna kai episkopon) de los cristianos porque ha sido rechazado por su pueblo y ha sufrido sin vengarse, como el Siervo de Isaías. El mismo Cristo sufriente aparece como Pastor y Obispo de los fieles, más que como Kyrios supremo (Flp 2, 11) o Sumo Sacerdote en la línea de Melquisedec (Heb 9, 11), en terminología de fuerte un carácter simbólico, no jurídico, que nos sitúa cerca de la visión eclesial que ofrece Mt 23, 8-12, conforme a la cual nadie puede ser padre, maestro o pastor de los otros, porque todos los creyentes son hermanos.