Eso que tan vagamente llamamos mayoría (masa, gente, pueblo) no suele pronunciarse públicamente a menudo. Parece que sólo se hace escuchar en votaciones importantes, cuando alguien es asesinado con alevosía y extrema crueldad (caso M.A. Blanco y aquellas manos blancas), o cuando está en exagerado peligro este sistema que nos ampara. Hay otros, sin embargo, que parecen dueños absolutos de la opinión pública y de la verdad con demasiada ligereza. Y me preocupa tanta inacción de la que pueda ser la amplia mayoría. Ahora en Sevilla, en la Semana Santa, unos energúmenos desalmados ponen en jaque (y en bastante peligro) a montones de gentes apacibles que tranquilamente estaban en la calle. Y desde la extrema prudencia legal reinante todavía se está calibrando si fue broma pesada, si chiquillería inocente, si vandalismo o acto casi terrorista. No se aclaran.
Vemos últimamente y demasiado a menudo cómo un camión, o un loco con ideas peregrinas y maliciosas en su cabeza, al volante de un coche, o con un cuchillo, acaba con la vida de unos cuantos apacibles ciudadanos por la calle. El objetivo suele ser la gente (la masa informe, esa mayoría que se calla). Dicen que la sociedad civil debería tomar las riendas más a menudo de su propio destino como ciudadanos. Y hay quienes se auto imponen ese mandato que nadie les dio para organizarse y hacerse oír en términos no compartidos mayoritariamente. La verdadera sociedad civil mayoritaria sigue escondida, atemorizada, amparada en ese silencio que por ser tan masivo parece de aprobación sin serlo. Mientras los políticos legisladores, el ejecutivo, los jueces, tratan y tratan de desbrozar y rebautizar nuevos términos y matices que definan hechos y no molesten. Maticemos y pongamos género y más adjetivos a la violencia (a todo tipo de violencia, incluida la verbal) y mientras seguiremos fracasando como sociedad segura, igualitaria en cuanto derechos y deberes de sus ciudadanos (y siempre se habla bastante más de derechos y nunca tanto de deberes) y mucho más convivible.