En septiembre de 2001 compilé un libro con Juan Ibeas sobre los retos de Colombia ante el nuevo siglo en torno a tres conceptos clave: desarrollo, democracia y paz. Al final de su presentación escribí: "[Colombia es un país] con ansias de vivir en paz y en justicia, con voluntad de participación política y social y con una gran capacidad de auto organización. Un vasto país con un ingente potencial económico y una sociedad abierta que conserva lo tradicional pero que asimila lo moderno. En definitiva, Colombia es un país plenamente vivo y una sociedad en permanente proceso de construcción". Casi dieciséis años después de escribir estas palabras muchas cosas han cambiado para bien en Colombia. El país ha incrementado su población, los acuerdos de paz con una parte significativa de la guerrilla son una realidad, diferentes indicadores socio económicos han mejorado sensiblemente y el resto de las afirmaciones sostenidas siguen en pie con una salud, si cabe, mucho más que aceptable.
Es precisamente en este escenario donde he tenido la gran fortuna de haberme sido otorgada la nacionalidad colombiana por adopción. Frente a la idea de que la nacionalidad es algo ante lo que normalmente no se opta soy un privilegiado que sí puede hacerlo. Juramentar la nacionalidad colombiana, además de constituir una responsabilidad que asumo dichosamente, supone un honor que me une más si cabe a un país que adoro y que visito desde 1990; del que leo con fruición a sus autores; patria de un número muy importante de antiguos alumnos, hoy alguno de ellos entrañables amigos, de colegas a los que admiro y de los que aprendo cada día. Una circunstancia trascendental en mi vida que, con cariño, me lleva a rememorar públicamente a la excelente persona que me animó a dar este paso, siguiendo el suyo, Miguel Ángel Bastenier, periodista ejemplar y amigo asentado entre Cartagena y Madrid, fallecido hace apenas cuatro días, quien, abusando de uno más de sus muchos aforismos, me decía: "los verdaderos españoles están en Colombia"
En un día como éste quiero recordar a todas estas personas que no cito y que en su representación menciono solo a un grupo muy pequeño en el que quiero que se vean recogidas verdaderamente todas ellas: Gabriel Murillo, maestro, colega y amigo, el primer académico colombiano a quien conocí cuando todavía era profesor de la Universidad Complutense, como a David Roll, mi alumno en aquella Universidad, colega y también amigo; Lina Cabezas y Adriana Ramírez, discípulas ya de la Universidad de Salamanca y amigas; Héctor Abad Faciolince, admirado escritor, fuente de inspiración y de conocimiento; Fernando Carrillo, embajador, hoy alto funcionario del país y también amigo; y Ángela Holguín, actual canciller, a quien reconozco su buen hacer y el mantenimiento de su palabra. En todos y todas quiero que vean mi más sincero reconocimiento y les pongo como testigos, o si prefieren padrinos y madrinas, necesarios, para mi cabal cumplimiento de los compromisos a que esta nueva situación me conduce.