OPINIóN
Actualizado 02/05/2017
José Javier Muñoz

En 1979 adquirí a los nativos en Guinea-Conakry varias figuras de hierro representando posiciones del acto sexual, una especie de Kamasutra icónico negro. No se trata de souvenirs turísticos, entre otras cosas porque el país estaba entonces prácticamente cerrado al mundo por la dictadura de Seku Touré, sino piezas únicas hechas por aborígenes de Gana que han expandido su habilidad artística a los pueblos vecinos del África Subsahariana, una de tantas regiones del mundo donde se mantienen algunos hábitos promiscuos.

Lo que los enrollados llaman ahora poliamor ha sido costumbre o tradición durante siglos. Sería interminable la relación de colectivos y pueblos que han considerado normal la poliandria y la poliginia, amparados o no por justificaciones religiosas (el Islam, los mormones...).

La tribu amazónica de los huaorani, en Ecuador, practica la poliandria con el fin de favorecer la reproducción. Cuantos más hombres se acuesten con una misma mujer, más probabilidades tiene de quedarse embarazada. En la región india de Uttar Pradesh, en el Himalaya, una mujer puede casarse con dos hombres o más, siempre que estos sean hermanos entre sí. El motivo, en este caso, es conservar unida la propiedad de la tierra. En otro Estado de la India, Madya, los jóvenes del grupo étnico muria se inician en las prácticas sexuales con chicas y chicos de más edad en una choza comunal. Los inuit de Groenlandia ofrecen sus esposas a los invitados como regalo de bienvenida.

Y todo esto, sin reality shows ni escándalos mediáticos.

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