Es bueno que nuestros amigos sean mejores que nosotros mismos, pues así nos contagiaremos del Bien. Eso me pasa con Diego Sabiote Navarro, almeriense, poeta, profesor ya emérito de Filosofía en la Universidad de Palma de Mallorca, esposo de María Ignacia, también amiga y primera licenciada en Teología de España. A Diego le salieron los dientes, por así decir, trabajando en una cantera en su pueblo, Macael de Almería; de allí ha salido el mejor mármol para nuestras estatuas y monumentos, desde la época romana, si no antes. Y de allí, y de la vecina Olula del Río, sigue saliendo, transformado a veces en materiales de construcción de última generación, como el Silestone. De aquella cantera, de su solidaridad cotidiana con el mundo obrero y con la gente que sufre, de un entorno natural torturado y polvoriento, pudo surgir, como una fuente que mana y corre, un gran poeta.
Diego Sabiote es, además, o en el fondo de todo, un gran creyente. De esa fe herida por las esquirlas de mármol lleva treinta años arraigando y desarrollándose la semilla de un libro de poemas centrado en Jesús, el poeta de Dios, no tanto el profeta de Galilea, como le llamaban en su época, sino el poeta de Galilea. Es un libro que nace con vocación de futuro, pues será editado de forma bilingüe, en español y en hebreo moderno, porque la figura de Jesús, el Cristo, no pertenece a la Historia, sino a la actualidad, o por mejor decir, es histórica porque se enraíza en una Tierra ?Santa- y en una persona que vivió en ese crisol de Civilizaciones que es la actual Palestina e Israel, pero que sigue viviendo en los corazones solidarios y abiertos al Trascendente, al Dios clemente y misericordioso, en la Iglesia o ?sociológicamente- fuera de ella, porque ese poeta de Dios aún tiene que decir su última Palabra, creadora de nuevo de un Mundo y una Humanidad nuevos. Futuro, presente y pasado vivos.
Diego Sabiote me ha pedido unas palabras para su libro, donde quiere tenernos presentes a muchos amigos. Son estas:
"Cada mañana me espabila el oído para que escuche como los iniciados. Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento?"No entendía yo del todo estas palabras del profeta Isaías 50, 4-5; Pero sonaban bien y permanecían hibernadas en mi almario, como diría mi maestro Unamuno, a la espera de que alguien viniera cualquier mañana a escoger esa prenda para ponérsela y adornar el alma, que no es plan de salir desnudo, con la que está cayendo, a la intemperie del mundo.
Cada mañana, desde hace muchas mañanas, puntualmente, un poema de Diego Sabiote, acompañado a veces de un video, viene a espabilarme el oído. Remueve mi fondo de almario para sacar del arca del tesoro lo viejo o lo nuevo (cf. Mateo 13, 52). La Palabra poética entra por el oído del corazón y, desde ahí, yendo hacia adelante, suscita la memoria de los olores del alma y, como en un 'déjà vu'constructivo de humanidad, rememora y conmemora y actualiza las mejores experiencias, las experiencias fundantes. Los ojos permanecen cerrados, pues no es fácil -¿podrá ser posible alguna vez?- enfrentarse cara a cara con la Realidad sin deslumbrarse, de modo que, poco a poco, el Sol pueda hermanarse con la Luz que fluye desde el Interior, pues ella, la Luz, nos ha sido regalada ?in interiore homine habitat Veritas, que dijo San Agustín- para vibrar al unísono con otras luces y, sobre todo, con La Luz.
Abrir los ojos es un acto de fe, pero requiere preparación. Para que los ojos del corazón ?Antoine de Saint Exupery dixit- puedan ver bien tienen que lavarse. El mejor colirio son las lágrimas de compasión: pasión común, percatarse de que Alguien tiene la misma pasión que yo, para que yo pueda apasionarme con los otros. Para mí como creyente es vital sentir que Dios se apasiona conmigo para que yo pueda apasionarme con el prójimo. Las lágrimas tienen la misma fuente, sean de alegría o de sufrimiento, y nos hermanan en humanidad, porque la divinidad se ha hermanado conmigo. Los poemas de Diego no son de lágrima fácil, pero tienen la virtud de abrir la espita del Amor, que viene, a la vez, desde lejos y desde lo más íntimo, que se anuda con lo cercano y se proyecta a un horizonte tan amplio como el mundo y la Historia de los hombres, que gime como con dolores de parto (cf. Romanos 8, 22) de una Creación Nueva.
Los poemas de Diego invitan, además, ahora que el oído está abierto, el olfato expectante y los ojos limpios, a abrir las manos para estrechar, acariciar, abrazar, trabajar, construir paz y justicia y, llegado el atardecer, descansar, volverse hacia el Cielo y elevarse?Y señalar horizontes donde, tal vez, por puro don, alcanzar la Humanidad Nueva y mantener la esperanza viva de abrazar fraternalmente el Misterio, Dios hecho Carne?resucitada.
Y, mientras tanto, nos mueven a comulgar con y gustar el sabor múltiple de las semillas del Espíritu, sembradas por doquier y que fructifican donde ellas quieren y los humanos les dejamos, sin distinción de ideología, sexo, religión o ausencia de ella. Divina libertad de los poetas y de los hombres y mujeres espirituales.
Salamanca, Domingo de Pascua 2017.