Ya han pasado más de ocho años, pero aún tengo en mi memoria aquellas imágenes que dieron la vuelta al mundo. Todavía veo la cara de Omaira, la niña colombiana de doce años atrapada entre escombros por un corrimiento de tierras. La niña de ojos grandes y bellos que miraban anhelantes a toda la humanidad, implorando algo tan sencillo y justo para ella como era salvar su vida. Parece imposible que en pleno siglo XXI, cuando la ciencia es capaz de mandar un hombre a la luna, o meter un cohete por la ventana de un edificio situado a miles de kilómetros, faltaran la coordinación y la caridad necesarias para trasladar allí los medios imprescindibles ?que sí existían-, en un sinvivir que duró tres días. Pero, unos por otros, más bien todos, la dejamos morir. Sinceramente, no creo que exista otra situación más apropiada para definir correctamente el significado de la expresión "con el agua al cuello".
Me viene a la memoria ese trágico suceso porque hoy están ?más bien, estamos - con el agua al cuello miles de millones de seres humanos. A cualquier parte del mundo que dirijamos nuestra mirada, nos encontraremos con un conflicto lo suficientemente grave como para atemorizar a la población. Nos toca vivir la Historia a base de ciclos repetitivos, protagonizados por personajes un tanto peculiares. Algunos sobrepasan este calificativo indulgente y entran a formar parte de los verdaderamente peligrosos. En el mundo se está interpretando una película, alguno de cuyos protagonistas son Donald Trump, Vladimir Puttin, Kin Jong-un, Bashar al- Asad, Nicolás Maduro, Erdogan, los sucesivos cabecillas yihadistas del ISIS que siembran de muerte medio mundo, y un muy largo etcétera de dirigentes de cuyas veleidades, ambiciones, estulticia, odio o demencia, dependen la paz, la libertad, el bienestar y ?lo más grave- las vidas de miles de personas. Personajes de esta calaña tampoco moverían un dedo para salvar a otra niña Omaira, ni a ti, ni a mí. La humanidad esta criando un caparazón tan duro que cada vez se da menos valor a la vida de las personas.
Estamos asistiendo a un continuo desentenderse de los problemas, por graves que estos sean. Son muchos los seres humanos que carecen de lo imprescindible para susistir; y cuando decimos lo imprescindible, queremos decir que lo necesitan para no morir. Para suerte nuestra, cuando hablamos de que en España hay gente muy necesitada, no estamos mintiendo; pero todos sabemos que aquí nadie se muere de hambre. Fuera de aquí, por desgracia, mueren millores de personas ?muchas de ellas niños- por inanición. Eso también lo sabe todo el mundo, pero los que podrían solucionarlo, tampoco acuden en su auxilio. Es inmoral que cada día se destruyan miles de toneladas de alimentos -unas veces por incomprensibles excedentes y otras muchas por mera especulación- y nadie se decida a coordinar la correcta planificación de la producción y una justa y eficaz distribución
También escondemos la cabeza bajo el ala ante el gravísimo problema de los refugiados. Por culpa de dirigentes como los indicados más arriba, son millones los habitantes de lugares envueltos en conflictos armados, que deben optar entre permanecer en sus hogares, expuestos a los graves peligros de toda guerra, o huir con lo puesto para salvar sus vidas , tratando de realizarse en nuevos ambientes sociales. Para acabar de sangrar a este colectivo, no sobran los oportunistas que pretenden hacer su agosto; esas mafias que acaban con sus ahorros a cambio de facilitar una supuesta travesía hasta las tierras prometidas. Desalmados que no sólo los despojan de lo único que tienen, sino que lo hacen conscientes de la elevada probabilidad de que perezcan en el intento. A pasar de lo poco que costaría vigilar con más medios a estos asesinos en potencia, tampoco aparecerá alguien interesado en salvar la vida de tantas Omairas.
Si todo lo anterior tuviera solución, no nos hagamos ilusiones. Hay quien quiere acallar la voz de su conciencia tratando de justificar su actitud con la disculpa del terrorismo encubierto. Es cierto que los movimientos terroristas aprovechan todos los fallos del adversario para llevar a cabo sus acciones. Lo estamos viendo a diario. Pero hoy nadie puede pretender vivir absolutamnte aislado. Además, asistimos a atentados perpetrados por ciudadanos nativos, en muchos casos conocidos de los propios servicios de información. Cerrando nuestras fronteras, nunca evitaremos el adoctrinamiento de compatriotas, ni su posterior salida a lugares de entrenamiento. Se trata de extremar los controles en las fronteras externas, donde no estaría demás el establecimiento de servicios multinacionales, estrechamente enlazados. Y nunca sustituir por compensaciones económicas la "criba" que pueda facilitarnos algún país limítrodfe, que nunca pondrá el mismo interés que nosotros.
Así pues, es verdad que la situación actual es enormemente delicada. Los conflictos armados actuales tienen un carácter más bien local y, como siempre, el fuego prende por posturas enfrentadas ante desavenencias de carácter económico o estratégico. Ahora bien, las potencias dominantes ?y las que aspiran a serlo- no se atreven a dar un paso más, y se conforman con enseñar su potencial nuclear por debajo de la puerta, escondiendo siempre la última carta. Para quedar bien ante el mundo, se firman, uno tras otro, tratados de no proliferación de armas nucleares, que nadie cumple y que, por miedo, nadie se atreve a imponer por la fuerza. Este miedo es el "culpable" de que, desde Hiroshima y Nagasaki, nadie se atreva a ser el primero en lanzar la próxima piedra; más que nada, porque el final será imprevisible. Esperemos que el miedo siga guardando la viña muchos años más, y que alguien ilumine las mentes calenturientas de quienes, alegando estar con el agua al cuello, puedan y quieran apretar el botón.