Francia no se parece políticamente a España en nada. Para empezar, carece de las agudas tensiones territoriales de nuestro país. Es más: no hay nacionalismos o independentismos como los de Euskadi y Cataluña, porque sus homólogos, Iparralde y Rosellón, son unas de las regiones más deprimidas económicamente de Francia.
Otras características diferenciales son el desmantelamiento de la industria tradicional francesa; el tener una inmensa inmigración, consecuencia del imperio colonial africano, y el ser la sociedad con más gasto público de Occidente.
En ese contexto, se explica el crecimiento de una extrema derecha xenófoba, radical y autárquica que, afortunadamente, no tiene en las instituciones los representantes que le corresponderían, gracias a un sistema político a dos vueltas que permite su aislamiento electoral. Pero, por eso mismo, si algún día llegase a ganar los comicios, su victoria sería aplastantemente totalitaria.
Aun así, los españoles podríamos sacar unas cuantas consecuencias para nuestro consumo nacional.
La primera es que la corrupción que asola al PP va a acabar cobrándole factura electoral. Por mucho menos, François Fillon ha pasado de seguro vencedor de las elecciones presidenciales a irse a casa con el rabo entre piernas, dejando a la derecha francesa hecha unos zorros. Que tome nota Rajoy y que se anticipe, si no es ya demasiado tarde, a un estallido en todas direcciones del otrora poderoso PP.
La segunda: que la división de un inoperante partido socialista lo ha convertido en una formación residual. Por otra parte, el ser favorito de los militantes, como le ha ocurrido a Benoît Hamon, no quiere decir que eso arrastre a los votantes, sino todo lo contrario. Ojo, pues, al PSOE y sus primarias, si no es también demasiado tarde para arreglar las cosas.
La tercera y última, por no seguir, es la ascensión de los podemitas franceses, es decir, de Jean-Luc Mélenchon, que nos ha descubierto, curiosamente, que su programa político de extrema izquierda coincide con el de Marie Le Pen en casi todo (euro, Europa, antiglobalización, subvenciones?), salvo en el tema de la inmigración.
Queda, por fin, la esperanza y la incógnita de Emmanuel Macron, es decir, de una nueva política que, sin lastres, mire a Europa como un proyecto de todos, sin complejos ni hipotecas del pasado. Pero como España no es Francia, su equivalente nacional, que es el partido de Albert Rivera lo tiene muy crudo a este lado de los Pirineos en el que las formaciones tradicionales también se están cayendo a trozos.