Ir de un sitio a otro se asemeja a esa suerte de viajes horizontales que te llevan en cuatro días y tres noches, pongamos por caso, a conocer los castillos del Loira; ese tránsito puede merecer la pena pero, quizá me equivoque, solo en contadas ocasiones.
De los viajes circulares no podría olvidarme nunca de los que hicimos y podemos volver a hacer en aquella nave de velas épicas o cabalgando a lomos de aquel rocín famélico, aunque tengo una especial debilidad por ese otro, hermoso y franco, que nos cuenta Janosch en su Qué bonito es Panamá. Si no lo conocen, agradecerán mi recomendación.
Pero es en los viajes verticales, esos que se/nos recorren a fondo y, a veces, solo a veces, nos hermanan con un día y su noche a los pies del Chapultepec, o buscan el eje de la oscuridad del que nos hablara Conrad, viaje que nos horadan la pupila. Pero viene al caso decir, que uno siente más próximo de aquellos donde habita la radicalidad detectivesca de Bolaño, las verticalidades familiares de Vila-Mata o las poéticas de Roberto Juarroz:
La clave del camino,
más que en sus bifurcaciones,
su sospechoso comienzo
o su dudoso final,
está en el cáustico humor
de su doble sentido.
Siempre se llega,
pero a otra parte.
Todo pasa.
Pero a la inversa.
Es en esta andadura, que a veces te llama a descender por la oscuridad tubular del pozo, y otras te pone en viaje al levantarte y abrir la mirada con algunos libros, ciertas músicas y no menos películas, donde espero volver a tener la ocasión de compartir la ruta con todos ustedes, puede que en esta sección de Tirando a citar. Porque convengo con el escritor Alejandro Gándara que las ideas son tuyas para siempre, pero tienes que darlas. Si no las compartes, se esfumarán también. Y tú serás su fantasma.
Y ahora, que toca doblar por otro tramo del camino, hago mías también sus palabras: volveré. Si no escojo otra dirección, pues no sé tanto de mí.
Imagen: fotograma del film Le Mépris, de Jean-Luc Godard