OPINIóN
Actualizado 29/04/2017
Juan Ángel Torres Rechy

Un perro ladra en la calle. Se escuchan los sonidos de los hogares, como el de una licuadora. En otro domicilio parecen estar acomodando muebles. Llegan voces que no se alcanzan a entender. «Ya, ya, ya...», dice alguien que pasa por la calle. Risas. Descargas de risas. Ja ja ja... Los sonidos suben a la terraza y desaparecen en la altura de la noche.

En la televisión de un hogar se transmite el noticiario de la región. La vida cotidiana está marcada por una liturgia doméstica, urbana, laboral y de otros tipos, cuyo conjunto refleja el ser social del hombre. Hay instantes señalados, como cuando uno llega del trabajo y se sienta en su sillón. O cuando apaga la luz porque es hora de dormir. O cuando ve el amanecer en la ventana en un instante aislado del tiempo. Claro que de otra parte también hay momentos álgidos, como cuando apremia el tiempo a terminar un trabajo para enviarlo vía electrónica. O cuando se hace tarde para salir a la calle y comenzar el día. O cuando uno se da cuenta que ha faltado a una cita por no haberla anotado en la agenda. La vida cotidiana siempre está a la orden del día.

Más allá o más acá de esa vida, sin embargo, se ubica el espacio de lo extraordinario, de lo maravilloso, de lo irrepetible, incluso. Quizá de una manera opaca, toda mujer y todo hombre desea esos acontecimientos. Secretamente, alberga la esperanza de toparse con ellos. Si las preocupaciones del momento le conceden un respiro, ante el panorama de lo cotidiano, con seguridad, aunque sea por unos segundos, su imaginación levantará escenarios diversos. Pienso en el señor don José de Todos los nombres de Saramago.

Después de cenar frugalmente, como era su costumbre y la necesidad obligada, don José se encontró con toda una velada por delante sin tener nada que hacer. Durante media hora todavía consiguió distraerse ojeando algunas de las vidas más famosas de la colección [de noticias de personas célebres de su país], les añadió unos cuantos recortes recientes, pero su pensamiento no estaba allí, andaba vagando por la oscuridad de la Conservaduría, como un perro negro que hubiese encontrado el rastro del último secreto. (págs. 40-41)

A veces ese mundo remoto al que acuden nuestros pensamientos progresivamente se impregna de más formas y de más colores. Otras veces, de un día a otro desaparece y nunca nos dimos cuenta de su ausencia sino hasta años después, cuando por algo que vemos o escuchamos en la tele o en la radio aparece de nuevo en nuestra mente. En relación con la vida cotidiana, no sé si pueda resultarle suficiente a alguien. La vida cotidiana tiene muchas cosas, como el sonido de los grillos cuando cae la noche, o los llantos de los bebés en las casas de los vecinos.

♦ José Saramago, Todos los nombres, traducción de Pilar del Río, España: Punto de Lectura, 2002.

torres_rechy@hotmail.com

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