Descontextualizado, empaquetado cual objeto de pueril consumo, conmemorado (¿celebrado?) como si fuese efeméride de un punto suelto de la Historia sólo porque las cifras de su aniversario terminan otra vez en cero, los recuerdos periodísticos ?y políticos- del bombardeo de Guernica del 26 de abril de 1937, se han sucedido teñidos de esa forma de trivialidad y baratura con que el periodismo español y el discurso político institucional se humillan a sí mismos e insultan la inteligencia cada vez que tienen que enfrentarse al relato de cualquier cosa que tenga que ver con el franquismo, la guerra civil española o la dictadura franquista.
El bombardeo de Guernica, un acto de indescriptible crueldad realizado contra la población civil indefensa por los colaboradores de los golpistas del 18 de julio obedeciendo las órdenes de sus comandantes, el criminal Francisco Franco y sus generales fascistas, no es en absoluto el hecho aislado y sacado del contexto del genocidio franquista que es como ha pretendido conmemorarse; ni tampoco es solamente el argumento de la creación de la obra maestra de Pablo Picasso; y ni siquiera debería utilizarse, como se ha pretendido hacer despojándolo de su circunstancia, como lamento contra el concepto general de guerra o reflexión filosófica contra la categoría de la crueldad. El bombardeo de Guernica de 1937, como otros actos de la guerra civil española cometidos por la sevicia de la barbarie de los sublevados contra la legalidad, debería, para todo ser libre, alzarse como recordatorio de la insufrible impunidad con que los responsables de esa barbarie, y del millón de muertos de la dictadura, y de todos sus crímenes, han llegado a estas alturas del siglo XXI sin haber rendido cuentas de los asesinatos, del sufrimiento causado, del robo continuado y la rapiña, de la crueldad ejercida sin pudor y sin medida, y de la intolerable situación de atraso, amedrentamiento, oscurantismo, crimen, persecución, terror y miseria mental y física a que sometieron a generaciones enteras y a un país, este nuestro, durante las largas y siniestras décadas de la dictadura más cruel y sanguinaria del siglo XX, cuyas cicatrices sangran todavía de mil formas en el recuerdo y la memoria de tantos, y en cuya impunidad aún resuenan las carcajadas de los verdugos.
El proceso judicial y social al franquismo es una de las asignaturas pendientes de un país asentado en la mentira histórica de la negación y el ocultamiento de la barbarie fascista que nos marcó para siempre. El proceso judicial y social al franquismo, con luz, taquígrafos y ventanas abiertas a la verdad, es un proceso que más pronto que tarde debería sacar a la luz pública y sustanciar con nombres, apellidos y dinastías, las responsabilidades personales y colectivas de quienes hicieron de este país un páramo de ignominia e infame dictadura, y debería alumbrar el conocimiento de la verdad en los programas educativos hoy mutilados gravemente; debería devolver a sus deudos lo robado por los golpistas y sus herederos; debería publicar los nombres de quienes asesinaron, persiguieron, torturaron, hurtaron, mintieron, tergiversaron o manipularon en un territorio de impunidad que se prolonga todavía y que hace que la convivencia política, la vecindad y hasta la fraternidad, esté aún teñida con la mediocridad del apaño y el embozo de las medias verdades, y hace también que el futuro de la libertad española, carente del conocimiento del pasado y, por tanto, incapaz de avanzar, se muestre siempre como una mala imitación de lo que debería ser el claro porvenir.