OPINIóN
Actualizado 26/04/2017
Redacción

Acabar de llegar de un viaje (y no hace falta que sea transoceánico ni transiberiano) ofrece una mejor y mayor perspectiva analítica sobre distintos hechos. El paisaje, la ordenación urbanística, la explotación de la tierra, el carácter de las gentes, su capacidad emprendedora, la riqueza autóctona y ese continuo reinventarse como ciudadanos pertenecientes a una tierra. Acabo de llegar de levante y veo esos evidentes hechos diferenciadores con aquellos lugares. Y no es la playa ni la riqueza turística precisamente (eso que puede ser tan efímero y sujeto a coyunturas). Hablo del levante interior.

Carreteras ni mejores ni peores que estas pero mucho más llenas de movimiento. Transportes continuos de mercancías y de viajeros. Aglomeraciones urbanas mucho más apreciables por la noche y las luces. Escasa diferenciación de los límites municipales. Polígonos industriales por doquier (sin necesidad de ser anunciados a bombo y platillo). Industrias medianas o pequeñas que se mueven. Que no paran. Trabajadores que lo hacen en tres turnos para no parar producción. Tierra milagrosa y no demasiado fértil y puesta a producir casi con salvíficas gotas de agua. Vida por doquier. Y esperanza de futuro.

En nuestro lejano oeste no observo casi nada de eso. Campos casi desérticos. Poblaciones diseminadas y minúsculas. Ahora (desde bastante reciente) carreteras cuidadas y más seguras donde apenas se atisba algún tractor o camión. No veo industrias salvo alguna nave de explotación familiar. Eso sí, nuestra capital sigue muy hermosa y turística. Para solaz y relajo de madrileños los fines de semana. Pero eso no debería ser suficiente. El campo se nos puede morir. Sobre todo el día que se cierren las subvenciones (que tarde mucho en llegar eso). Ya no caben tantas casas rurales para el turismo. Nos quieren acabar, por aquello de lo políticamente incorrecto, con los toros (los de lidia). Las ovejas y terneros claudican irremediablemente ante el lobo renovado y el buitre. Esos son ahora nuestros animales casi domésticos y más autóctonos. Menos mal que algunos cazadores perseveran en su afición (a pesar de todos los pesares) y algo controlan la desmedida población de jabalíes (que esquilman plantaciones y provocan accidentes de carretera). Me gustaría que esto cambiase algo. Al menos lo suficiente para que sirviese y retener a nuestros jóvenes emigrantes. Que hubiese algo de industria. De movimiento de mercancías. De emprendimiento eficaz. Y de futuro. Pero, claro, todo esto no es más que un deseo.

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