OPINIóN
Actualizado 26/04/2017
Juan Antonio Mateos Pérez

En Europa asistimos al vaciamiento de la democracia que solo es estadística y cálculo G. Agamben La anorexia espiritual es su enfermedad (Baudrillard). El hombre asimilado por esta sensibilidad sufre el extrañamiento de la desorientación. Sin brújula, s

Después de la primera ronda de las elecciones en Francia, las más reñidas e impredecibles, los franceses tienen una nueva cita el 7 de mayo. Ya habla de la involución francesa (Antonio Elorza), en el país de la Revolución, corrientes reaccionarias que arremeten contra todo tipo de utopías y emancipaciones políticas y sociales. Primero fue Inglaterra con el Brexit, después Estados Unidos con Donald Trump, Francia parece ser la tercera víctima que cae bajo los extremismos reaccionarios con el avance, sin sorpresas, del Frente Nacional de Marie le Pen. En plena globalización y tecnificación de la sociedad, algo ha cambiado respecto al 2002, se ha interpuesto una profunda crisis y el abandono sin precedentes de las políticas sociales en toda Europa. También, Marie le Pen de forma invertebrada, envuelve su discurso con un aparente progresismo, atacando con su retórica lo más profundo de la economía de la Unión, tan poco generosa con los más perjudicados de la crisis.

El panorama es complejo y difícil, los católicos franceses parecen divididos después de la primera ronda, la incertidumbre y la duda recorre el fantasma de la victoria Marie de le Pen, lo que provoca la polarización como medio de canalizar los descontentos. La manipulación de la incertidumbre es la esencia de lo que está en juego en la lucha por el poder (Bauman). En este panorama de incertidumbre, una parte de los católicos más tradicionalistas y jóvenes están tentados de votar a le Pen; los más mayores y formados en Acción Católica, no se siente cómodos en el liberalismo de Macron y buscan más a la izquierda, una política capaz de articular la protección social de los más necesitados y, una mayor apertura al mundo en medio de la globalización reinante.

Por tu parte, los obispos no han querido intervenir en el debate de cara a la segunda ronda, a diferencia de lo que ocurrió en el 2002, cuando se posicionaron haciendo una llamada a los católicos a no votar a Jean Marie le Pen. El domingo emitieron un comunicado a través del portavoz del Episcopado, Olivier Ribadeau Dumas, afirmando que no quieren llamar a votar a uno u otro candidato, pero han dado criterios de discernimiento para iluminar el voto católico. Entre ellos se propone la construcción de un mundo más justo, más fraterno en su diversidad y respetuoso de todos, insistiendo en la solidaridad y acogida de los refugiados más allá del marco francés donde Europa debe comprometerse con los programas de acogida. Criterios que parecen estar muy alejados de las propuestas y el discurso de Marie le Pen.

El escenario mundial y globalizado es complejo, vivimos en tiempos del miedo en un mundo desbocado y poco humanizado. No podemos ignorar las desigualdades, la pobreza y el hambre de grandes áreas de nuestro mundo, agravadas con la crisis de 2007, así como bolsas de paro y retroceso social en los llamados países desarrollados. Otro mal global es el problema ecológico, que a la vez es ético, en cuanto que no afecta solamente a la naturaleza, sino al propio hombre. Subrayar la violencia global, a través del terrorismo internacional, en sus nuevas formas de actuar en cualquier punto del planeta, en las que se unen odio, fanatismo y tecnología. Nos encontramos con grandes masas migratorias, a las que debemos sumar la catástrofe de refugiados debido a las numerosas guerras, así como atentados a los derechos humanos y la dignidad de la persona. Muchas de estas realidades nos han hecho caer en la cuenta que es necesario de humanizar el proceso de globalización y globalizar la solidaridad ante la indiferencia galopante y demoledora.

Vemos también en muchos países, sobre todo desarrollados, movimientos partidos antiglobalización, normalmente camuflados, enarbolando banderas de "identidad nacional" y protestando contra los poderes establecidos, contra la inmigración y los refugiados o la deslocalización industrial. Estos movimientos, cada vez mayores, denuncian una supuesta pérdida de la soberanía nacional en beneficio de las instituciones supranacionales como la Unión Europea, con un fuerte rechazo de las culturas minoritarias sobre todo la islámica y, en algunos lugares, revestido de falsos elementos religiosos y cristianos. Muchos de estos grupos, como estamos observando en las últimas elecciones de los países más desarrollados, acaparan gran número de votos del proletariado.

Estos grupos de ultraderecha, están acaparando votos de los sectores más castigados del mercado laboral, como los parados y los trabajadores no cualificados. Parece que no es un cambio de tendencia, sino un proceso de larga duración que se ha ido formando con los grupos más jóvenes ante los fracasos de la derecha y la izquierda de acabar con el paro. Por otro lado, ante la desaparición de los partidos comunistas y la fuerte neoliberalización de la sociedad globalizada, estamos asistiendo a que los grupos más reaccionarios, como el Frente Nacional francés, aparentemente están defendiendo el "Estado de bienestar", pidiendo paradójicamente proteccionismo, el intervencionismo del estado y garantía de los servicios públicos. El mundo sindical parece haber fracasado en el mundo postindustrial, ya no ejercen su dimensión protectora e integradora de los trabajadores, siendo los movimientos populistas los que hacen de "abogados" de los trabajadores ante el temor de éstos de ser víctimas de la marginación social y económica

La incertidumbre, la ansiedad existencial y el miedo de las sociedades líquidas han dado lugar a búsquedas de seguridades y certezas en los idearios políticos y religiosos de corte fundamentalista. Esta religiosidad fundamentalista o política ultranacionalista traiciona su dimensión universal y da vía libre a los particularismos, como una reacción a esa realidad globalizada con pretensiones de poseer la verdad absoluta. La creencia del carácter excepcional de su propia historia, etnia, que lleva al rechazo y a la exclusión de las minorías. Terry Eagleton, comenta que el fundamentalismo no tiene sus raíces en el odio, sino en el miedo. Miedo al mundo moderno cambiante y en movimiento; miedo a un final no definido, donde las certezas y los pilares sólidos parecen haberse difuminado en el fin de los grandes relatos de la postmodernidad.

Este mundo de la incertidumbre y el miedo, está empeñado en robarle al hombre su origen y su destino, despojado de toda referencia, religiosa, política y cultural, parece abocado al vacío de la nada. Es posible, que hoy más que nunca, seres humanos sigan necesitando a Dios, escarbando un poco en nuestra realidad vacía, las grandes preguntas de la condición humana y de su destino, siguen ahí sin que nadie aporte soluciones satisfactorias. Ante el vacío existencial, solo Dios puede despertar los impulsos utópicos dormidos, transformar las situaciones opresoras del hombre y desplegar la solidaridad, la fraternidad, la justicia y la paz. Para ello es necesario creer espacios habitables de tipo social y político en pro de una cultura de la solidaridad y la justicia.

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