La fiesta del Lunes de Aguas, una tradición que se remonta al siglo XV


LOCAL
Actualizado 24/04/2017
Redacción

Felipe II, en el año 1543, estableció que las putas debían de recogerse durante la Cuaresma y la Pasión

La tradicional fiesta del Lunes de Aguas en Salamanca es la más conocida y popular, pero también es una de cuyos orígenes menos se conocen, aunque todo indica que se remontan a finales del siglo XV. El periodista José Luis Yuste hace referencia al origen del Lunes de Aguas que ha ido derivando a una fiesta campera, entre amigos, con un gran protagonista: el hornazo.

Escribe José Luis Yuste:

Corría el año 1497, cuando se estableció en las cercanías del Teso de la Feria, la que por aquellos años sería y hasta su desaparición en 1618, la casa que albergó a las meretrices más buscadas de la ciudad, estamos hablando de la Casa de la Mancebía. Tuvieron que pasar varios años hasta que en 1543 y con la entrada en la ciudad de un jovencísimo Felipe II para formalizar su unión con la princesa María de Portugal, promulgara un edicto en el que establecía que debían recogerse en dicha casa durante el tiempo de Cuaresma y Pasión, todas aquellas mancebas que por un módico precio, se dedicaban a prestar su cuerpo por calles, tabernas y colegios universitarios de esta castellana ciudad, al goce de amar.

Una vez finalizado el tiempo de permanencia de las rameras en la Mancebía, los estudiantes, cada año, bajaban el lunes posterior al domingo de Albillo, en tropel algarabía, hasta las cercanas aguas del Tormes a esperar, que acompañadas por el Padre de la Mancebía, (eufemísticamente bautizado como Padre Putas), fueran devueltas desde el cercano pueblo de Tejares las mundanas mujerzuelas.

Para tal ocasión se ataviaban los universitarios con sus mejores galas y se hacían acompañar de música, vino y comida suficiente para agasajar a tan preciado rebaño. Comentaba en sus escritos, allá por el siglo XVII, los primeros que se tienen sobre esta pagana celebración, un jovencísimo Girolamo da Sommaia, como no pudiendo aguantar más la espera algunos estudiantes se embarcaban en pequeños botes y surcando las aguas del río se acercaban a la otra orilla para acompañar en su fluvial trayecto a las imaginamos, sorprendidas prostitutas.

Una vez puesto pie en tierra y al amparo del Puente Romano se desbocaban las más profundas pasiones, reprimidas durante tanto tiempo y con la música el vino y la comida como fiel acompañante se iniciaba una fiesta que más de alguna vez tuvo que ser reprendida por el Maestro Escuela.

Con la desaparición de la Casa de la Mancebía y sin putas a las que ir a esperar, la tan esperada fecha fue dando paso a otro tipo de festejo, esta vez más familiar, en el que se reúnen no sólo estudiantes, sino familias enteras, amigos, compañeros de trabajo y gentes venidas de fuera, para seguir celebrando en el campo o en los parques de nuestra ciudad, de otra manera ya no tan lujuriosa, el paso de la aguas, haciendo hueco en la mesa al verdadero protagonista de esta fiesta, el hornazo.

La primera referencia escrita sobre el hornazo tal y como lo conocemos, como una empanada rellena de chorizo, lomo y otras carnes la podemos encontrar ya en el siglo XVI. Unos siglos antes más concretamente en el XII, aparecen reflejados en algunos escritos la celebración de una fiesta en la que se comía en el campo, durante el Domingo de Pascua Florida un hornazo acompañado de vino, pero más parece referirse a los alimentos asados en horno o al término 'hornazo o dar el hornazo', que era el agasajo que se le dispensaba al padre predicador una vez acabado el sermón de acción de gracias el día de Pascua y en el que tomaba parte todo el pueblo en campera celebración

Queda lejos ya el tiempo que para poder degustar tan sabroso bocado había que esperar a que pasase la Semana Santa y como en un ritual, las mujeres de la casa se pusieran manos a la obra y embadurnando sus dedos con harina, aceite, levadura, agua y vino blanco y a fuerza de amalgamar, dieran forma a la masa que con el esfuerzo surgía de sus manos. Los tiempos han cambiado, pero las tradiciones, aunque procedan de un ritual tan poco ejemplarizante como el celebrar la vuelta a nuestras calles de la prostitución, siguen arraigando con fuerza en las nuevas generaciones. Sea como fuere lo que no nos cabe la menor duda es que no hay celebración campera o familiar, que no se precie de estar engalanada por nuestra comida estrella, el hornazo salmantino.

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