OPINIóN
Actualizado 23/04/2017
Eusebio Gómez

Para los apóstoles, la certeza de la resurrección se expresa en la fe vivida. Para nosotros, la resurrección tiene que ser una experiencia de que Cristo actúa en nuestra vida. «Tomás, uno del grupo de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús. Le dijeron pues los otros discípulos: Hemos visto al Señor» (Jn 20,24); pero él necesitaba no solo ver, sino palpar y tocar.

Pedro es un cobarde antes de la experiencia del Resucitado, pero después es un testigo valiente. Niega a Jesús, pero luego proclama ante todos que a Jesús de Nazaret lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Desde entonces nadie podrá hacer callar a Pedro y seguirá diciendo que Dios ha nombrado a Jesús juez de vivos y muertos. Los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

Juan fue testigo de la resurrección: «Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Hasta la resurrección muchos no habían aún entendido la Escritura que dice que él había de resucitar de entre los muertos (Jn 20,9).

Pablo propone un programa muy dinámico y exigente: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba [...] aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3,1). Vivir según la Pascua exige buscar lo de arriba, sin perezas, sin cobardías ni medias tintas y vivir en alegría. La resurrección de Cristo es anticipación de la resurrección de los muertos, él es el primogénito de los resucitados (Col 1,18). La resurrección es importante para nuestra vida, abre nuevos caminos y horizontes, proporciona fe en Dios y en el ser humano. Cuando Dios no interesa, nos olvidamos del ser humano, cuando Dios es solamente una idea, el hombre se convierte en un objeto. Heidegger señaló que el mal de nuestra civilización es «el olvido del ser», para caer en el dominio de las cosas.

La fe en Jesús no es solo aceptación del Jesús histórico, sino del Resucitado. Tomás había vivido con Jesús, pero no había tenido la experiencia del Resucitado. Y es que a Tomás le pasó como a los discípulos de Emaús, era grande el desaliento que les había llevado al distanciamiento y a la pérdida de la fe y la esperanza, a la pérdida de todo sentido de orientación y motivación. Ellos esperaban? Y es que los discípulos querían descubrir a Jesús en el éxito y no en el partir el pan.

Creer en el Resucitado es creer que él no está en el sepulcro, ni en la muerte, ni en el sitio de la muerte, sino en la vida y en todo lo que guarda relación con ella. Creer en el Resucitado es permitir que, en cada amanecer, ocurra una resurrección inmensa, donde, sin dejar de ser uno mismo se encuentra como nuevo, con ganas de vivir, mejorar la propia vida y la de los demás. Es entonces cuando vemos brotar la esperanza y aprendemos a aceptar todas nuestras limitaciones como las de los demás. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido, buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos, sino donde está vivo: en la Palabra, en medio de la comunidad, en los pobres... Al que vive hay que buscarlo donde hay vida. Y a esto estamos llamados, a ser sembradores, pues desde que nacemos tenemos una semilla de resurrección y eternidad.

La resurrección da sentido a todo, a la cruz, a la muerte; es la razón de todo y es el término de todo. La vida de Cristo no termina en el Viernes Santo, sino en el Domingo de Gloria. De igual forma la vida del cristiano, aunque esté marcada por y con la cruz, va a terminar no en la muerte, sino en la vida. Los ojos del cristiano, no solo tienen que mirar a la Dolorosa o al Crucificado, sino al Resucitado. La gran prueba de que Cristo ha resucitado es que está vivo en el corazón de los cristianos y es causa de alegría, gozo y esperanza. Todo en la Pascua se reduce y se expresa en una palabra: «Aleluya». Este es el grito de todos los creyentes, conscientes de la certeza del triunfo de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado. No será el «ars amandi, sino la resurrección de Cristo lo que dará un nuevo viento que purifique el mundo actual» (Bonhöeffer).

Cristo ha resucitado, así lo creen millones de personas. No necesitan pruebas, porque «la gran prueba definitiva de que Cristo ha resucitado es la transformación de aquel grupo de pescadores ignorantes y atemorizados, cuyo líder ha sido ejecutado a las puertas de Jerusalén, la confluencia de sus testimonios. Jesús ahora atraviesa paredes, está y no está, despierta la duda o inflama el corazón» (M. Lamet).

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