"No sabe en qué puede acabar su caso. Yo tampoco lo sé, ni he tenido la oportunidad de escuchar la otra parte, pero sus palabras, su voz, y sobre todo, su mirada, me hacen pensar que esa mujer vive bajo la sombra del dolor"
Conocí a 'Ella'. Digo 'Ella' porque no voy a desvelar su identidad. Nos reunimos el pasado 16 de marzo, recuerdo que todavía hacía frío. Era temprano, no más de las nueve de la mañana. Quedé con 'Ella' y la acompañó su padre. Querían contarme por lo que han pasado, o perdón, siguen pasando. Se puso en contacto conmigo porque se sintió identificada con el artículo que en el periódico en papel de esta casa escribí a principios del mes de marzo con motivo del Día Internacional de la Mujer. Lo titulé 'Aterradas por el miedo'. El resto, se intuye.
'Ella' lleva casada 8 años. 18 con su pareja. Juntos tienen una niña de 6. Solo quiere contarme su caso, sabe que probablemente no sirva de mucho, aún están a la espera de juicio, pero quiere hacerlo, y yo, simplemente, escucho. Me cuenta que todos sus problemas tienen su origen en el año 2012 cuando ella sufrió un problema de salud. "Mi marido empezó a cambiar su actitud y comenzaron las humillaciones, lo que derivó en una depresión", explica. A partir de ahí, un año de baja, un año de tratamiento psicológico o la pérdida de su empleo y según ella me traslada, todo esto siendo sometida a continuas vejaciones hasta que un día, según ha denunciado, vive un episodio violento en el hogar familiar, y ese es el detonante para que se solicite el divorcio. El calvario aún hoy continúa. Viven separados, declaraciones en los juzgados, custodia compartida sin orden de alojamiento, roces internos en el círculo que aún comparten, amenazas, abogados?
'Ella' vive con miedo y con la incertidumbre de no saber qué es lo próximo. Extraigo otra de sus frases: "He aguantado más por mi hija, yo estaba dispuesta a arreglar las cosas para que mi niña viviera feliz al lado de sus padres. Si yo he esperado ha sido porque yo he querido". Y no es un tópico. Es que, en el fondo, se siente culpable.
Nuestra conversación en esa céntrica cafetería dura 49 minutos y 54 segundos. Le tiembla la voz y no lo puede controlar. Sus palabras se mezclan con el ruido de lo cotidiano, con las conversaciones de las mesas de al lado y con lo más simple que puede ser el sonido de la taza de un café. 'Ella' sí alteró ese día mi rutina para hacerme crecer, para ser más consciente si cabe de que hay vida más allá de lo frecuente, y en esa vida, desgraciadamente, muchas mujeres siguen padeciendo en silencio. No sé cómo acabará todo, espero que 'Ella' pueda volver pronto a sonreír, y la justicia actúe en consecuencia, hasta el final. Insisto en lo que escribí ese 3 de marzo: mucho por hacer.