OPINIóN
Actualizado 22/04/2017
Tomás González Blázquez

El agua apenas hace ruido. Su rumor ni siquiera iguala el de las ramas de aquellos árboles de orilla movidos por el viento. Fresnos y álamos salpican una ribera otrora fabril y febril, hoy toda silencio y recuerdo. El Cuerpo de Hombre prosigue pero las máquinas se detienen. El agua discurre pero los hombres se van. Al cabo del agradable paseo, la nostalgia, las ocasiones perdidas, los proyectos que ya no saldrán?

Cuando el mes pasado disfrutamos en Béjar de la llamada "Ruta de las Textiles" recordé el Lagar del Mudo, en San Felices de los Gallegos, que visitamos el otro verano. Aceites y paños, mecanismos de diversa antigüedad, impacto industrial muy diferente, pero en común la sensación de que dejamos de hacer cosas buenas que hacíamos. Las tornas cambiaron y no supimos cambiar con ellas, sustentar necesidades, abrir mercados, anticiparnos.

Hemos convertido algún residuo industrial del pasado en recurso turístico, a modo de aprovechamiento de migajas, pero fundamentalmente esos vestigios han perdido hasta su mermada condición de resto. Por el tardío reconocimiento del valor histórico y patrimonial de los edificios o instalaciones industriales y, sobre todo, porque hacer desaparecer lo poco es la mejor manera de soportar el dolor por la nada y de disimular la vergüenza.

La Salamanca que dejó de emprender se puede pasear a ratos, curiosear, sufrir en silencio y lamentar con palabras. Probablemente no volverá. O lo hará de otra manera. Mientras tanto, es sueño, apenas hace ruido, no más que las hojas de un álamo despuntando en primavera.

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