OPINIóN
Actualizado 20/04/2017
Juan José Nieto Lobato

No hace falta que me den las gracias por no tener que cumplir, la pasada semana, con el acto de cortesía que les supone la lectura de esta columna. Catorce días en silencio me han permitido, a cambio, percibir con mayor claridad el pulso de la actualidad deportiva y descubrir que hay vida más allá de los actos de violencia con cuya emisión los grandes medios de comunicación se regodean en un presunto acto de denuncia que no deja de ser, aunque adviertan de la dureza de las imágenes, una capitalización del morbo, una puesta en escena de la condición cainita del hombre para mayor gloria de las cuentas del grupo de comunicación.

Mientras tanto, Sergio García escribió en tonos verdosos la que puede ser historia deportiva del año. En un campo sobre el que había vertido una gran variedad de comentarios negativos, después de setenta y cuatro intentos consecutivos de ganar un "grande", tras años siendo considerado como mejor jugador sin un major, el día en el que Severiano Ballesteros cumpliría sesenta años si el tumor cerebral no se lo hubiera llevado demasiado joven, Sergio García se reconcilió con todos los fantasmas que le impedían rendir al nivel de su talento. La victoria en el Masters, en el primer hoyo del desempate fue justa y necesaria. El fruto de muchos años trabajando la aceptación, la autocompasión. También, cuentan, la consecuencia de una relación que le ha ayudado a crecer en todos los niveles. Viva el amor.

Otra historia de estas que nos conmueven y nos hacen sentirnos orgullosos miembros de la especie humana es la de Isaiah Thomas. Hace dos años, en la previa de los Playoff de 2015 titulé con el lema "se buscan superhombres" una columna en la que identificaba las características de la creación intelectual de Nietzsche con las que demandan las eliminatorias en la mejor liga del mundo de baloncesto. Precisamente en ella, recuperaba el episodio en el que Isiah Thomas, base de los Detroit Pistons, anotaba 25 puntos en un cuarto, 11 de ellos tras sufrir un severo esguince de tobillo.

El actual base de los Celtics, cuyo parecido en el nombre con el de la estrella de los Pistons se debe a que su padre perdió una apuesta mientras su mujer estaba embarazada (Los Bulls, su equipo, perdió una eliminatoria contra los Pistons de Detroit y sus amigos le obligaron a llamar de esta manera a su hijo, aunque se introdujo una "a" para hacer menor la humillación), quiso saltar a la pista pocas horas después de perder a su hermana pequeña en un accidente de tráfico. Sus lágrimas en el calentamiento conmovieron a los espectadores e hicieron que muchos analistas criticaran su elección. Sin embargo, sus 33 puntos en estas condiciones bien pueden pasar al olimpo de las grandes gestas, al podio de los grandes hitos deportivos. Aunque ello no obste para que, al igual que viene sucediendo con el humor, abramos el debate sobre los límites del deporte. Y aquí ya, si quieren, hablamos de violencia.

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