El rostro de Dios es la Naturaleza. Como cuando era niño y todo era más puro, vuelvo a cruzar la luz que me define y esencializa el lugar donde nací. Subo por el corazón de los lagartos que aún siguen vivos en mí, aunque están muertos. Los veo bajo el sol que late entre las piedras y en las viejas retamas de un espacio casi angélico donde el silencio borbotea feliz.