OPINIóN
Actualizado 14/04/2017
Fructuoso Mangas

Quizás se pueda afirmar que no hay palabra tan cargada de memoria en todo el vocabulario universal. Impresionan estas dos sílabas, cortas y cortantes en cualquier lengua, tan espectaculares y tan llenas de humanidad y de transcendencia; plenas de sudor y de lágrimas y grávidas de gloria y de canciones.

Un pueblo pequeño, sin tierra y sin nombre, vive una experiencia de libertad minuciosamente registrada y recordada, frente a una potencia entonces todopoderosa y en lo alto de su esplendor. Allí, en aquel paso (eso significa pésaj) con mar por medio hubo mucho más que una tribu buscando una tierra propia donde asentarse. Así lo vio y lo creyó el pueblo judío que desde hace tres mil años mantiene esa memoria cada año (este año 11 de abril de nuestro calendario) con una fidelidad incomparable, a través del tiempo y de la persecución, en cualquier sótano de Praga en tiempos sombríos o en la gran sinagoga de Berlín en días de tolerancia.

Mantuvieron fecha, memoria y fiesta aun atrapados y arrasados una y otra vez por los ejércitos de los poderosos de turno (¿alguien contó alguna vez cuántos ejércitos entraron violentamente en Jerusalén?), se llevaron consigo la fe y la Pascua cuando abandonaron la ciudad santa y la tierra suya desde siglos por la fuerza del imperio de Roma, cuando soportaron la emigración por medio mundo manteniendo la fidelidad en cada familia, en cada barrio, en cada sinagoga. Sin desmayo ni apenas abandono.

En esta tierra nuestra estuvieron durante siglos, no sin problemas por ambos lados, y cuando tuvieron que salir para el destierro llevaron donde fueron la historia, la fidelidad y la Pascua. Y ahí, en ellas, siguen.

Los cristianos, nacidos de una orilla judía, releyeron toda esta historia y sin robársela la hicieron también suya, viendo en Jesús de Nazaret a aquél al que Dios propone como señal nueva de una Pascua nueva. Porque Él en medio de la Pascua de su Pueblo vivió el paso de la muerte a la vida, del sepulcro a la gloria, y sus seguidores al vivir esa experiencia y ser testigos del acontecimiento lo levantaron en alto como memorial para siempre y le adjudicaron el nombre, Pascua, con toda razón y con fidelidad hasta hoy.

Y cada cristiano en su dimensión superreducida, pero verdadera, la vive a su modo y en sus diminutas proporciones: también él da el paso una y otra vez hacia el Señor, pasea sus pasos diarios por su Vida y su Palabra, y esa realidad creída y vivida la saca adelante cada día y la celebra en público y bien en alto un día al año al domingo siguiente a la primera luna llena de la primavera. Este año el 16 de abril. Es más que una fecha, es más que un día y mucho más que una Fiesta. Es la Pascua, la única Fiesta cristiana del año y el único domingo entero hasta la Pascua que viene. Todo lo demás ?cada domingo, cada celebración, cada misa, cada sacramento, cada fidelidad- es repetición y casi calco de la Pascua.

Por eso la precede y la prepara minuciosamente ese lujo cristiano de 40 días largos (son 46 días en realidad) que es la cuaresma y la rodea una Semana Santa de especiales intensidades y la siguen cincuenta días pascuales llenos de buenas noticias y de dones del Espíritu.

Y así para sus seguidores, que hasta hoy después de veinte siglos mantienen aquella vieja fidelidad con vetas nuevas, la Pascua que viene mañana, día 16, de madrugada, es memoria grande y Fiesta primera en gentes y grupos extendidos por el mundo entero. Son cientos y cientos de millones, cada uno a su "paso" y con su "pascua" reunidos en la Pascua común. A todos ellos la felicitación y la enhorabuena.

¡Felices Pascuas! Y que sea por muchos años, o por muchos siglos si así se empeña la historia?

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