"La inteligencia está obstaculizada por todos los credos, cualesquiera que sean, y la bondad está inhibida por la creencia en el pecado y el castigo..."
BERTRAND RUSSELL, Por qué no soy cristiano, 1957.
Al tiempo que el crecimiento de la papanatería política y la mentecatez religiosa están haciendo retroceder en España gravemente el ejercicio de los derechos de ciudadanía con la denuncia, y admisión a trámite, que es lo peor, de simples chistes, sketches, bromas y hasta palabras sobre temas que al parecer "ofenden" las sensibilidades de quienes poseen patente de corso para proteger, juzgados mediante, sus candorosos y delicados sentidos, los agnósticos, laicos y ateos españoles, en definitiva los libres de espíritu, han de soportar un año más, sin posibilidad de defensa, la absoluta, vergonzosa e intolerable colonización de sus espacios, sus tiempos y el ejercicio de muchos de sus derechos por la ineducada, descortés, desmedida, grosera e impuesta irrupción de los rituales semanasanteros católicos en medio de la calle.
No se pedirán disculpas en estas líneas por los juicios de valor sobre ciertos espectáculos callejeros, igual que no se han solicitado por su molesto desarrollo. Pero el juicio que a un no creyente le merecen los rituales procesionales de la religión que invade las calles españolas, sería motivo de profundo debate, si entre los interlocutores no se impusieran apriorismos tales como algo llamado Fe, Devoción o Fervor, que hacen imposible cualquier diálogo racional. Mas la asfixia propiciada por los medios informativos difundiendo imágenes, cánticos, cantos, gritos y ruidos de los rituales semanasanteros, impuesta sin pedir permiso, podría considerarse oponente de la opinión que los cuestiona, dada aquí también sin permiso: que el fanatismo que se observa en la mayoría de los rituales procesionales, la ciega irracionalidad que los alimenta, la enorme superstición que los conforma o el peligroso forofismo con que se imponen, junto con el exceso con que se muestran, la exageración y la arrogante y engreída prioridad en que se creen los devotos frente a lo demás, propicia una desoladora certeza: la de la imposibilidad en este país de un diálogo creativo sobre el respeto, sobre la igualdad de trato y en torno a la fraternidad entendida sin máscaras ni capuchones, ya no entre las diferentes creencias religiosas ?que deberían circunscribirse al ámbito personal-, sino, sobre todo, entre la inteligencia libre y el fanatismo.
Celebraciones rituales como la Semana Santa (flagelaciones, autotorturas públicas, silencios impuestos, identidades ocultas, inquietantes embozos, juramentos públicos, espeluznantes recreaciones, tétricas tamborradas, trompetería estridente, cadenas, sepulcros, lágrimas, agonía, humillación o soledad... hablan de la siniestra concepción de los rituales), desmesuradas demostraciones fanáticas como el Rocío o ciertas bochornosas concentraciones masivas de llamados "besapiés", "caminos" o "peregrinaciones" dan noticia de que la imposición institucional de la ideología católica ha sobrepasado la ya intolerable obligación para todos de dinámicas religiosas (conmemoraciones, santos y vírgenes, patrones, matronas, romerías, entradas, salidas y otras instancias de la cosa), porque en esas liturgias, para algunos de vergonzoso fanatismo explícito, incultura institucionalizada, modorra repetición, patológicas supersticiones o explicitación de la ignorancia gregaria y seguidista, se dan cita todos y cada uno de los elementos que, con insensata soberbia, respecto a otras creencias nos atrevemos a criticar.
Una acción coordinada de quienes consideran ofensiva e inconstitucional la imposición de la invasión anual de los espacios públicos de la llamada Semana Santa, contribuiría a racionalizar esas celebraciones y limitarlas a ámbitos concretos sin imponer su descarado atropello. Pero la presión económica basada principalmente en los beneficios hosteleros (otro 'fervor' en playas, botellones, estaciones de esquí; otra 'devoción' en terrazas y viajes de placer; otra 'fe' en vacaciones, comilonas, juergas...), unida al fanatismo y lo espectacularmente circense de ciertos actos , permite la permanencia de una realidad cuyo valor antropológico, cultural y folclórico (lo "tradicional" ya no cuela en casi nada que no lo sea), podría muy bien mostrarse sin agredir ninguna sensibilidad ni transgredir tan descaradamente la laicidad oficial del Estado. El goloso argumento de, además, haber conseguido los creyentes declarar días festivos oficialmente los de su luto cristiano, hace que esa deseable acción coordinada de defensa de los derechos de todos, cuente cada día con menos adeptos y con más emboscados. Y más enmascarados.