OPINIóN
Actualizado 12/04/2017
Redacción

Andamos acompasados con el rito desde que nacemos. El rito religioso y el laico. Casi todo en la vida se articula mediante el rito. Mal que pese a los más laicistas. Pero es un hecho. Hasta la inocencia de cumplir años se acomoda al ritual correspondiente. Tal día en tal año naciste y ahora te lo recordamos con un pastel o una felicitación. Un examen es un rito, tiene sus normas, sus tiempos. Hasta cambiar un calendario en diciembre o enero tiene algo de ritual y repetido medio ceremonialmente. Comer con la familia. El prolegómeno de un partido de fútbol. Cientos de ritos en la vida de uno. Hasta la muerte tiene su propio ritual de despedida.

Ayer estuve invitado a un rito (esta vez litúrgico). Y fue repetida la formula de presentación, de la impecable música que acompañaba, variaban algo las palabras pero venían a significar lo mismo que en años anteriores, la importancia del lugar, la colocación de los intervinientes e invitados. Todo según las normas, según el rito. Reconocible. Auténtico. Lujoso de modos. Con todo el aire de rito occidental y cristiano. Identificativo. Y toda esa esencia de siglos detrás, de cultura, de propia identidad. De ser así y no otra cosa diferente.

Lamento la idea ignorante de quien repudia eso y quiere deshacerlo. Desmontarlo. Cargarse tradiciones de siglos e imponer con rapidez otras de emergencia. Ser iconoclasta irredento y precipitado. Renegar de su procedencia cultural. Ignorando siglos de músicas, de formas, de actos, de modos educados bien aceptados y diferentes a los de otros. Los de occidente queremos ser mayoritariamente eso. Nuestra propia cultura cimentada en siglos y siglos se nutre de todo eso. Y no nos vamos a olvidar de ello por un plumazo censor.

Tratando de rebuscar en las esencias de lo que hemos llegado a ser como civilización y cultura, ayer, me encontré de lleno con una parte importante de esa esencia, de más eslabones de la cadena que nos une al pasado común, y todo ello a través de la manifestación de las formas tan reconocibles, puras y lujosas, de la participación en un rito.

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