Celebramos recientemente el día del padre. A mi mente vienen esas palabras que escuchamos tantas veces: "disfruta de ellos mientras sean pequeños, que el tiempo pasa muy rápido". Es cierto, el tiempo con ellos pasa a toda velocidad.
El tiempo de nuestros hijos. A veces nos hacen perder la paciencia o elevan nuestro nivel de estrés, pero es más cierto que nos ofrecen momentos tan especiales que son impagables: los juegos en el baño, los llantos que de repente se paran cuando los cogías en brazos, levantarles después de cien caídas, los juegos, las caricias mientras nos dormíamos despacio o las ocurrencias cómicas con las que a menudo te sorprenden. En fin, ese tiempo en el que me necesitaban tanto como el aire que respiraban.
La mañana de esa fecha señalada, como en tantas otras ocasiones, me di cuenta de que mis hijos crecen, cuando son ellos los que me despiertan con un sorprendente desayuno que ellos mismos han hecho especialmente para mí.
Ahora mirándoles, me doy cuenta de que el tiempo de su niñez ha pasado, que ya no son esos niños chiquitos que siempre quería ver; ahora se presentan con problemas normales de su edad: Toca liderar por el control del mando a distancia, negociar tiempos, la paga, o las compras que ya no son simples juguetes.
Cada noche, cuando me voy a dormir, paso a verles a sus camas y viéndoles descansar, siempre pienso en voz alta: ¡cuánto os quiero!
Víctor y Lucía: Me llenáis el corazón, y me alegra pensar que cuando seáis padres descubriréis esta sensación. Estoy orgulloso de vosotros, de vuestros esfuerzos y de vuestros logros. Quiero que viváis la vida, que disfrutéis la vida de niños/adolescentes, que ya vendrán más tarde las preocupaciones de la vida adulta.
Cada etapa es importante y al final me quedaré con esos recuerdos y sensaciones que han sido únicos para mí, incluso después de 100 caídas.