ETA ha entregado las armas. Esto es una buena noticia, nadie lo duda. Según el Gobierno, la banda terrorista, ha optado por desarmarse sin poner condiciones, sin recibir nada a cambio, derrotada, única y exclusivamente, por la ley y el trabajo de las fuerzas de seguridad del Estado. ¿Será verdad? ¿No habrá puesto a buen recaudo algún arsenal de pistolas por si las moscas? ¿No acabarán algunos viviendo de la política vasca?¿Seguirán entre rejas los que no hayan cumplido sus condenas?... Esto nos lo dirá el tiempo; lo que se diga desde el Gobierno, no suele ser muy fiable. Lo que sí es evidente es el espectáculo que se han montado en la ciudad de Baiona (Francia) para celebrarlo. ¿De dónde sacan valor unos y otros para celebrar como un triunfo algo que deja tras de sí un sinfín de heridos, de familias destrozadas, de infancias vividas entre miedo y de casi mil muertos? El fin de cualquier conflicto armado, aunque siempre sea bien recibido, nunca puede llamarse triunfo, el triunfo es evitar que tengan principio, sobre todo porque gobiernos y terroristas son conscientes de que las víctimas de sus batallas serán siempre los ciudadanos, los inocentes que, digan lo que digan, ni les duelen a unos, ni les duelen a otros. Por esto, ante lo que debió evitarse y ya es imposible evitarlo, lo único que procede en este momento es ponerse de rodillas ante la tumba de cada uno de los muertos y pedirles perdón, perdón porque ninguno murió por defenderla democracia como dicen ellos, todos murieron porque tuvieron la mala suerte de ser la moneda de cambio entre el Estado y la banda terrorista. A los ciudadanos normales ya no nos sirven esas soflamas encendidas de patriotismo. Ninguno nacemos con vocación de héroes. Solo queremos trabajar por nuestros derechos, que son los derechos de todos, no morir por defender los de unos cuantos. Si hay algo injusto es que los ciudadanos paguemos para proteger a nuestros gobernantes y, después, ante cualquier conflicto armado, seamos la moneda de cambio.
Volviendo al que nos ocupa, puede, aunque no lo creo, que sus homenajes de recuerdo de vez en cuando, recompensen, en parte, a los que han logrado sobrevivir, pero si los muertos pudieran hablar dirían alto, firme y claro, que a ellos no. Por esto, en nombre de los distintos gobiernos y en nombre de los terroristas, mientras celebran el fin con el mismo entusiasmo que celebraron el principio, quiero pedirles perdón por algo que ni siquiera podemos garantizarles que su muerte ha servido para que no se repita, porque eso solo será posible cuando los ciudadanos dejemos de ser sus monedas de cambio, y no parece que ni gobiernos ni terroristas estén dispuestos a arriesgar sus vidas por nosotros.