Jesús es vida y salva y libera de angustias y miedos, dando "vida y vida plena" (Jn 10,10). Jesús da fuerza, con Él todo es posible. Mientras va camino al Calvario, se compadece de las mujeres que le lloran y de sus hijos (Lc 23,28); en la cruz, se preocupa del malhechor crucificado junto a Él (Lc 23,43) y de su madre que va a quedar sola (Jn 19,26-27); clavado en la cruz, ora para que no se pierdan aquellos que lo están crucificando (Lc 23,34).
Cuando le llega la hora de la muerte, siente angustia, terror, ansiedad y espanto. Se muere de tristeza (Mc 14,34), "suda sangre" (Lc 22,44). Jesús quiere vivir, no morir y sufrir: "Padre, si es posible, que se aleje de mí este trago" (Mt 26,39). La cruz y el sufrimiento de Jesús provienen de su opción por servir. Si Jesús acepta la cruz no es por gusto, sino porque no quiere negarse a sí mismo ni negar al Padre que ama. "No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mt 26,39). D. Bonhöffer ha llamado la atención sobre el hecho de que Jesús, según los anuncios de la pasión, tiene que padecer y ser rechazado (Mc 8,31). Rechazo que añade algo nuevo al sufrimiento pues "el hecho de ser rechazado quita al sufrimiento toda dignidad y todo honor".
Se siente abandonado del Padre. Entonces brota de su interior un grito desgarrador, de súplica ardiente de liberación, es el grito angustioso de quien se siente morir: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). Está solo y sin ningún apoyo. Le queda sólo un madero, no como sostén, sino como instrumento de tortura. Pero hay otro grito final que expresa su fe inquebrantable y la confianza radical en su Padre: "Padre, en tus manos pongo mis espíritu" (Lc 23,46).
La cruz de Cristo indica el camino que debe seguir el cristiano en la lucha contra el pecado para instaurar el Reino de Dios. Están íntimamente relacionadas la gracia de la salvación de Cristo y la tarea humana. La lucha por un mundo mejor reviste forma de cruz animada por la esperanza cristiana de resucitar como Jesús. La cruz y el Crucificado son presentados por Pablo no como sufrimiento que hay que soportar con paciencia, sino como "fuerza y sabiduría de Dios" (1 Co 1,23-25). Muerte de cruz y resurrección forman una unidad inseparable: el Resucitado es el Crucificado. Es esencial al Resucitado el escándalo de la cruz (Gá 5,11).
La muerte de Cristo fue aparentemente un "fracaso". Igualmente tenemos hoy muchas cruces y muertes que son "fracasos"... Sin embargo, sigue siendo necesario que el cristiano pase por el mismo trance que pasó Jesús, pues "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda el sólo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).
Dios no está al lado de Jesús para enviarle pruebas, sino sufriendo con él y preparando su resurrección definitiva. Esta visión de la cruz cristiana podría transformar la actitud de no pocos cristianos ante el sufrimiento. Amar a los hombres significa conocer sus necesidades y sufrir sus penas" (M. Buber).
Lo más grande del ser humano es su capacidad de elección. Dios lo ha hecho así: libre. Libre con todas sus limitaciones, pero libre, al fin, para poder elegir la felicidad o la desgracia, el cielo o el infierno, la vida o la muerte, el bien o el mal. Dice Dios en el Deuteronomio: Te pongo delante la vida y el bien (Dt 30,15). Elige.
Jesús eligió el amor, el dar la vida. Él, a pesar de su condición divina, no consideró una presa hacerse semejante a los hombres y, hecho hombre, se anonadó y se hizo esclavo, aceptando morir como esclavo en la cruz (Flp 2,6-8). Dios se ha hecho hombre y se ha revelado pobre, se deja derrotar y crucificar.