OPINIóN
Actualizado 04/04/2017
Redacción

Era yo muy chica cuando Carrero Blanco salió volando por los aires con todo y coche, y recuerdo que en el recreo cantábamos una cancioncilla alusiva que nos suponía el castigo si una de las maestras de bata blanca ?colegio público y de barrio, oigan- nos oían. Debe ser efecto del revival esto de recuperar los chistes sobre coches voladores, pero no por parte de una cincuentañera deseosa de movida cual chica de ayer, sino de una tuitera jovencita a la que parece que han condenado por ejercer su derecho al pésimo gusto. Me van a perdonar, pero asisto a semejante cosa con verdadero estupor, casi el mismo con el que se manifiesta, muy acertadamente la nieta del propio Carrero Blanco, quien afirma que dichos chistes no deberían haber llegado a las instancias judiciales, pero que maldita la gracia que le hacen a la familia. Cierto, como dice uno de mis compaperos, te cuento un chiste de tartamudos, pero si lo eres, me lo callo. Chistes de negros, chistes de moros, chistes de vascos, chistes de mujeres tontas, chistes de catalanes roñicas? el humor como una forma de agresión pura y dura con poca sensibilidad y mucha mala leche, esa que no debería llegar a instancias superiores y que sí debería medirse con ese sentido común que se está convirtiendo en el menos común de los sentidos.

Pensemos un poco, no es lo mismo contar un chiste entre cuatro o cinco que ponerlo en el face. No es lo mismo decir la burrada que escribirla. A mí que me cuenten cómo le explico a mi hija por qué mi pantalla está llena de perros ahorcados o de toros agónicos escupiendo sangre cuando se me acerca y tengo el facebook abierto en el ordenador. A mí que me expliquen por qué determinados amigos me muestran obsesivamente lo más horrendo de la vida y luego, suben una foto del plato magnífico que acaban de comer y que espero que se les atragante. Claro que como una es consciente y muy dispuesta, lo que hago es ejercer mi ejercicio a no seguir a la persona en cuestión y, por supuesto, no compartir aquello que a mí no me gusta. Aviso a navegantes, me he vuelto sensible con la edad, por lo tanto, afirmo que defender a los animales no supone el hecho de tener el muro lleno de imágenes horrendas de maltrato animal. Afirmo que no me hacen gracia los chistes sobre mujeres o sobre coches voladores, ni las alusiones reiteradas a las hazañas sexuales de los eméritos. Afirmo que necesito un mínimo de buen gusto para vivir, y que lo hago muy bien intercambiando flores, mariposas, libros, paisajes y rostros sonrientes. Afirmo que sigo siendo absolutamente empática con toda causa por la que lucho y peleo sin necesidad de que me salpique la sangre, y sobre todo, sin perder el tiempo en chistes absurdos que sé que pueden hacer daño a víctimas. No me compartan el mal gusto ni el rostro infame de la vida porque las cosas se pueden decir de muchas maneras. No me hagan tragar con ruedas de molino, ni con esas barbaridades inútiles que nos hacen defender la libertad de exrpresión y la tontería. Y si lo hacen, no lo compartiré, ni reiré, ni aplaudiré cual foca deseosa de pertenecer a esta estúpida manada a la que le hace gracia una barbaridad sobre Irene Villa, por ejemplo. Lo siento, soy una exquisita, alguno dirá que una insensible, yo prefiero decir que alguien con un mínimo de decencia. Y me niego a reírle la gracia a semejante panorama. He dicho. Y a quien no le guste, que me borre.

Charo Alonso

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez

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