Se repiten con harta frecuencia las agarradas, reyertas o grescas entre padres buscarruidos y pendencieros que asisten como espectadores a partidos de fútbol donde juegan sus hijos, en su mayoría infantiles o adolescentes.
¿Qué les pasa a estos progenitores entregados? ¿Tienen mal vino? ¿Están estresados? ¿Acaso sueñan que su retoño el día de mañana será un "nuevo Messi" o un "nuevo Ronaldo" y ellos se ven ya como apoderados de la "nueva estrella" negociando con el Real Madrid o el Barcelona? Si es así? ¿cómo van a permitir que a su estrella particular le piten o no le piten una falta?
¿Habría que entender esas broncas como una forma más de exteriorizar el nivel de crispación del personal? ¿No será una muestra de la galopante falta de educación del país? ¿Tienen algo que ver con el alarmante aumento de las agresiones machistas, o al personal sanitario, o a profesores, o a los árbitros, o al sursum corda? ¿Podría deberse a la impunidad de los tiempos, donde los analfabetos iracundos creen saber de todo y pretenden que su opinión siente cátedra?
¿Habrá que poner guardas de seguridad en cualquier lugar donde se junten más de dos personas?
Como no puede ser de otra manera, me sumo a la condena unánime de todos los colectivos implicados y grupos sociales en general, ante unos hechos vergonzosos en los que aquellos que deberían poner sensatez, moderación y juego limpio, revisten su falta de educación de una ira incontrolable y arman la de Dios es Cristo por un quítame allá esas pajas.
Pero además de repulsión y tristeza estas camorras también me producen asombro. ¿Se imaginan el nivel cultural y científico del país si la pasión que demuestran esos padres la canalizaran pacíficamente hacia las enseñanzas académicas de sus hijos? Por el contrario es penoso constatar que una mayoría de padres militantes futboleros no aparecen por los centros docentes, la banalidad de esa tarea se la dejan a las madres.